domingo, 11 de enero de 2009

'Finisterre'

La gran nevada del pasado viernes es probablemente uno de los hechos más democráticos de los últimos tiempos. Además de hacer la pascua a todo hijo de vecino, sin distinción de ideología ni modelo de carro, pone de manifiesto la torpeza de los que manejan los hilos de los ciudadanos. Basta con echar un ojo a los periódicos, poner la oreja en el transistor o ver la tele por encima de las gafas para soportar las sonrojantes explicaciones de unos y otros, esos protagonistas del pim-pam-pum que aprovechan las desgracias para sacar tajada. Que si la culpa es de fulano, que si es de mengano, que si fallaron todos. Así nos va en un país de quijotes y sanchos, pero donde los que cortan el bacalao son Torrente o el Neng. Y es que mirar a otro lado se ha convertido en virtud porque aquí según parece, nadie, salvo unos estratos y el mercurio bajo cero, tiene la culpa de nada. Pero las isobaras no engañan y mira por dónde si tengo que creer a alguien, sin duda que lo hago en los herederos de Mariano Medina, los Roberto Brasero o Mario Picazo de la vida, ¡mira por dónde! En una semana en la que el debate se centraba en el traje de la ministra Carme Chacón, mientras crece la lista de trabajadores en la nómina del Inem, vino una caprichosa borrasca con frío polar para hacer de las suyas. A la hora de crear el caos en calles, autovías y el aeropuerto nada mejor que una copiosa nevada para que la España de Berlanga se venga arriba. Es lo bueno o lo malo que tiene este país, que cada uno va a lo suyo y mientras se vela al muerto se cuentan chistes. La pesadilla de los conductores atrapados en las carreteras, que en algunos casos mataron las largas horas de atasco contando los pingüinos que iban a vacilarles saltando los guardarrailes, o de las decenas de pasajeros tirados en el aeropuerto esperando un vuelo en lista de espera aquí importan un bledo. Si las cosas serias como la Justicia ofrecen cada semana espectáculos cercanos al esperpento, cómo no tomarse a chascarrillo un caos debido a la nieve. Así las cosas, lo único que deseo es que al menos el próximo finisterre invernal me pille en un buen bar, entre montados de morcilla, Miguelitos de La Roda, un consomé bien caliente o lo que sea.

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