domingo, 21 de septiembre de 2008

Pancartismo

Aunque las autoridades de Pekín aconsejaron a los espectadores de los recientes Juegos Olímpicos que se dejaran las pancartas en casa, ese nuevo ismo, el pancartismo ya se ha instalado en nuestras vidas casi tanto como la alta velocidad de hasta 20 megas. En un país donde nos va la bulla y cualquier excusa es buena para salir al fresco, no es de extrañar que en cualquier estadio del mundo, en esos en los que lo español está de moda, aparezca una pancarta con un ‘Hola mamá’, o un ‘Viva Tomelloso’ impreso sobre los colores rojigualdas. La cosa es que con el fin de la Vuelta ciclista es hora de reconocer la aportación de los pancartistas a la épica del ciclismo. El Angliru, ha sido de nuevo un puerto mediático. Allí, además de vivir en toda su grandeza el deporte de las dos ruedas, las pancartas se han hecho mayores de edad. Desde aquel alemán que se hizo famoso por su disfraz de diablo en las míticas ascensiones al Alpe D’Huez, el Mortirolo o el Galibier no se había visto nada igual en un deporte que es el gran teatro de los mitos, con la carretera como escenario, pero herido por el escándalo del dopaje. Aficionados con camisetas de fútbol, incluso la del barrio, se mezclan con pancartas con todo tipo de nombres y proclamas, incluidas las políticas. Los publicistas avispados, tan pendientes ellos de todo lo que les rodea, seguro que ya habrán tomado nota de este boca a boca en forma de ismo, y no sería de extrañar que dentro de poco saquen tajada del invento. Y no sólo los publicistas, sino también los partidos políticos, que en esto del marketing hay mucho que reinventar, y sino que se lo pregunten a Esperanza Aguirre y su estilo Shakira. Ya me imagino a unos reclamando a Macbeth explicaciones por su cruel transformación personal debido a sus ambiciones; a los críticos del presidente cántabro, Miguel Ángel Revilla, pidiendo su dimisión por revelar que su primera relación sexual la tuvo a los 18 años con una prostituta de Bilbao; o a los más sensibles declarando su amor eterno a Maleni. Aunque yo, si me tengo que quedar con alguien, me quedo con el barrendero de mi pueblo, que siempre me decía lo mismo cuando nos cruzábamos: “Aquí estoy chaval, con el bolígrafo del pavimento”.

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