jueves, 10 de julio de 2008

Frivolidad

Discutir sobre la frivolidad en tiempos de crisis gana más peso que hacerlo en épocas fáciles, esos años tan recientes del llamado boom inmobiliario en la que los bancos abrían la mano para dar créditos adaptados a todos los bolsillos y en las que los pisos se vendían solos. Vivir por encima de las posibilidades en un país sujetado en una burbuja inmobiliaria, sin industrias lo suficientemente competitivas, era poco menos que vivir al Este del Edén, con la felicidad del inconsciente y del que prefiere no saber que más allá de las aguas turquesas que bañan Cartagena de Indias pueden esconderse olas de más de doce metros y poderosos huracanes. Al fin y al cabo, ya sabemos eso de que "no se vive en España como en ningún sitio"... En esta España maravillosa, pero sin remedio, cainita, envidiosa y cotilla, una vez más los políticos mediocres, los obispos con tintes tétricos y los pelotas del poder vuelven a poner de manifiesto que cada uno va a lo suyo, a salvar su culo. Y es que frívolo es no hacer una diferencia entre lo esencial y lo accidental, hasta el punto de hacer apología de algo que en ningún caso es una virtud. Por desgracia, la frivolidad está más presente de lo que parece en la vida institucional, política y en los medios de comunicación. Ejemplos en las últimas semanas hay para dar y tomar. Frivolidad son los 19 platos que degustaron los líderes del G-8 mientras medio mundo padece escasez alimenticia propiciada precisamente por la voracidad de los más ricos. Frivolidad es que el ministro de Industria, Miguel Sebastián, un advenedizo en el consejo de ministros se quite la corbata para convencer de la necesidad de ahorrar energía mientras que elimina la tarifa nocturna, sube el recibo de la luz y presenta un plan de ahorro energético pero sin adelantar ni una sola medida. Frivolidad es que el inefable José Bono le regale una corbata a Sebastián y éste, a su vez, un termómetro para medir la temperatura del Congreso de los Diputados. Frivolidad es que otra advenediza, Bibiana Aído, ministra de Igualdad, azuce la polémica del velo islámico desde el más profundo desconocimiento y sin otro ánimo, al parecer, que demostrar que su ministerio tiene sentido, mientras que para muchos dicha cartera no es más que un Matrix postmoderno y progre con banda sonora de chill out. Frivolidad es hablar de miembras de manera impuesta, sin dejar que el lenguaje termine por adaptar un vocablo y que finalmente pueda ser recogido por la Real Academia de la Lengua Española. Frivolidad es que el lehendakari Ibarretxe convoque un referéndum por las buenas para vanagloria personal en su viaje al absurdo del RH vasco mientras hay gente que no es libre ni para comprar prensa constitucionalista en el País Vasco o para tomarse un vino en cualquier taberna. Frivolidad, en definitiva, es gobernar con gestos y ocurrencias, como suelen decir los críticos de José Luis Rodríguez Zapatero, pero sin aportar soluciones concretas, y como mucho limitarse a un "vamos a ". Y lo malo, es que de estos gestos y ocurrencias no se libran la inmensa mayoría de los responsables políticos de las abundantes administraciones españolas, las de los coches oficiales, los ipod, los viajes institucionales, los encuentros bilaterales y demás eufemismos propios de su jerga para justificar su profesión. Sin embargo, lo que importa es salir en la foto, cuanto más grande mejor, aunque luego no haya nada detrás. Frívolo es también el espectáculo de los congresos de los grandes partidos, mientras miles de asalariados y autónomos tiran de calculadora para hacer frente a los gastos diarios y cuando leyes tan importantes como la de Dependencia no terminan de ponerse en marcha por rencillas políticas entre administraciones de distinto signo. Congresos que son más un campus de verano que otra cosa, ya quetodo esta programado para que nadie baje al comedor antes de tiempo. Lo más destacable en los congresos del PP y el PSOE han sido relevo generacional, que en ambos partidos tiene nombre de mujer. En el congreso federal del PSOE, además de rehabilitar la figura de Juan Negrín, denostada por los propios socialistas, cuando ni siquiera se sabe donde están los restos de Andreu Nin, y del rollito guay con el nombramiento de Leire Pajín como secretaria de Organización todo fue triunfalismo y ombliguismo de partido tras meses de siesta viendo como el PP tira de albaceteña por sus cuitas internas. Pero para la crisis, desaceleración o situación desfavorable, o como quiera llamarla Zapatero, sólo se ofrece como receta tener confianza. Vamos, un búscate la vida y a ver si pasa pronto el temporal. Y ante esta situación, con agujeros en los bolsillos mejor sellar compromisos ideológicos de los que no se habló ni siquiera en la reciente campaña electoral: ley de plazos para el aborto, voto de los inmigrantes en las municipales y abrir el debate sobre el derecho a la muerte digna. Claro, que ninguno de estos compromisos cuesta dinero y nada como hacer un ejercicio de frivolidad apelando a la autoestima y a la confianza, al tiempo que se abre un debate de ideas. Pero no menos frívolo fue el partido del Congreso Popular, con versos, rimas y sonetos incluidos, donde los personalismos presidieron un cónclave que dejó heridas abiertas, en especial en Madrid, donde por no faltar, hay hasta supuestos episodios de espionaje al ex consejero de Justicia, Alfredo Prada, que al mejor estilo de Graham Greene de El tercer hombre ha convertido la ciudad de la Justicia de Madrid en el Prater vienés de sólo por una vieja razón: las infidelidades se pagan. Mientras en Cataluña, otro congreso del PP se resuelve entre abucheos y en el País Vasco, todo se resume en "conmigo o contra mí", con deserciones incluidas. Y puestos a hablar de frivolidades qué decir cuando se escucha a José María Aznar, ex presidente del Gobierno, justificar la guerra de Irak. Asegura que “era una creencia generalizada que había armas de destrucción masiva” y que nunca se va “a arrepentir de que España haya vivido uno de los momentos más influyentes de su historia”. El amigo de Bush y de Blair, el mismo de la foto de las Azores y que presumía de poner los pies encima de la mesa de Bush, sigue empeñado, con pundonor, tesón y gran dosis de soberbia, en apoyar un sinsentido simplemente porque España tenía que tomar una decisión al sentarse aquellos meses en el sillón del Consejo de Seguridad de la ONU. Aznar eligió la solución más fácil, la del amigo americano, obviando, tal vez, que uno es más grande por saber decir que no a tiempo al poderoso. Tan frívolo lo fue entonces Aznar al tomar una decisión desoyendo muchas voces, incluso dentro de su propio partido, como lo es ahora cuando se pasea casi levitando e impartiendo doctrina del master de los ex presidentes. Tal vez le pase aquello que decía Oscar Wilde, un frívolo por excelencia: "Hay solamente una cosa en el mundo peor que hablen de ti, y es que no hablen de ti”.

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