miércoles, 23 de julio de 2008

Ceguera

Hace unos años Javier Bauluz, único premio Pulitzer español, retrató con su cámara una impactante imagen de un inmigrante muerto cerca de una pareja de bañistas que descansaban bajo una sombrilla en una playa de Cádiz. La reveladora fotografía ponía de manifiesto el drama diario al que se ven abocados decenas de seres humanos que son capaces de poner su vida en peligro a bordo de una frágil patera. En el Gran Sol, ese caladero en el que cada año faenan decenas de pescadores, saben que en caso de caer al agua bastan diez minutos para morir de hipotermia. En las aguas del Estrecho o del Atlántico, los subsaharianos que viajan en busca de un sueño simplemente lo ignoran. Llega el frío, arrecian los vientos, aumentan las olas y que sea lo que Dios quiera. La tétrica imagen de aquella sombrilla la acabo de volver a ver. La playa no es la misma, ni siquiera el país, porque la imagen de Bauluz fue tomada en un arenal gaditano y la de las dos niñas gitanas que fallecieron ahogadas el pasado sábado, en la playa de Torregaveta, en Nápoles. Pero el impacto de ambas es tremendo y demuestra una vez más hasta qué punto puede llegar la indiferencia ante la vida o la muerte. Las niñas no sabían nadar y al parecer ningún bañista hizo nada por ellas. ¿Puede haber mayor bajeza ética y moral? ¿Mejor mirar para otro lado para no soportar la enfermedad del alma, tal vez porque la felicidad está en la ignorancia? Evitar que no se pegue el chapapote en la planta de los pies o que la costa esté libre de medusas es más importante para muchos que esa frontera frágil e inesperada que separa la vida de la muerte. Son imágenes que nunca quisiéramos ver y que demuestran con toda su crudeza la ceguera colectiva que tan bien describió con su ácido pesimismo José Saramago alertando de la responsabilidad de tener ojos cuando otros los perdieron.

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