Resulta curioso que cuando el español es el segundo idioma del mundo menos nos entendamos. Aunque hablemos la misma lengua 495 millones de seres humanos, aquí cada uno entiende lo que le da la gana. Así nos va. No se trata sólo de jugar con el lenguaje, un instrumento que puede ser tan perverso como el gusto del consumidor. Nos hemos acostumbrado a dejar de llamar a las cosas por su nombre y admitimos el ‘todo vale’ casi sin pestañear. Por ejemplo, lo que lo que para unos son despidos para otros son reajustes de plantilla. O se convierten en sinónimos –por genuflexión políticamente correcta– términos como externalización y privatización para convertirlos en armas arrojadizas en las trincheras mediáticas. Luego están las chorradas del recalcitrante progre de turno que lleva a la máxima expresión el sexismo en el lenguaje, el que distingue entre miembros y miembras.
Pero quiero ir más allá de la perversión del mensaje. Vayamos
al fondo, el significado de los mensajes, lo que se llama comprensión lingüística.
Vamos, que si entendemos lo que leemos. Y no deja de sorprenderme que de un
mismo texto cada uno interprete lo que le dé la gana. Para ilustrar este delirio
en el que nos hemos instalado voy a poner un ejemplo. Es como si te sientas a
ver la tele en el salón de tu casa y alguien trata de convencerte que ese
aparato en el que ves el telediario o el reality
de turno no es lo que es. Es decir, una tele. Eso es lo que está pasando en la
España de nuestros días donde muchos se esfuerzan en que las cosas ni sean ni
parezcan lo que son.
Enrique Urquijo y los problemas / 'El hospital'
Enrique Urquijo y los problemas / 'El hospital'
La casta política española presume de sobresaliente cum laude en su tesis sobre la defensa
de sus intereses. Les sobran los motivos. En este punto me quiero detener en el
euro por receta. Son tres palabras que definen muy bien lo que supone. No creo
que nadie en su sano juicio tenga la menor duda de que lo que significa es que
hay que acoquinar un euro si vas a la farmacia y te extienden una receta. Es
negro sobre blanco. Lo que me descoloca son las distintas interpretaciones políticas
(con sus palmeros incluidos) sobre la misma medida si vives en Salou o en Torrelodones.
Hace unos días el Tribunal
Constitucional admitía a trámite un recurso del Gobierno central contra el euro
por receta para frenar la “rebeldía” en Cataluña. Pero en Madrid ni se dan por
aludidos. Erre que erre con que es una medida “disuasoria”, una tasa
administrativa que no tiene nada que ver con el copago y que no piensan suspender
en su aplicación hasta que lo pida el Tribunal Constitucional. Ignoro las
diferencias legales y competenciales del euro por receta en ambas comunidades. Y
les voy a ser sincero: me traen al pairo. El euro por receta es una muestra más
de que algunos se empeñan en entender lo que les parece y no admiten con valentía que es una
nueva tasa que se sacan de la manga para mantener un estado autonómico que es
insostenible.
Mientras seguimos a la deriva no nos queda más salida que seguir
indefensos o atreverse a negarse a pagar el dichoso euro por receta cuando
vamos a la farmacia. Allá cada cual. Pero si hay algo que cada día tengo más
claro en esta España del post-bienestar
es que no nos entendemos, aunque hablemos el mismo idioma.
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