viernes, 7 de diciembre de 2012

De cómo la TV es directamente proporcional a unas buenas copas de vino - El meollo de la cuestión: "Si es que no hay nada que ver en la tele..."




El tema de conversación surgió como siempre en estos casos. De manera espontánea. Fue durante una cena de amigos. Uno de ellos se puso a hablar de la televisión a las primeras de cambio y fue fácil tirar del hilo. A cierta edad, sobrepasados los cuarenta, y más bien cerca del medio siglo, uno ya tiene cierta cultura televisiva. Habíamos dado cuenta de los entrantes, bien regados por botellas de Santiago Ruiz -se me caen las lágrimas al rememorar en mi paladar ese albariño de Rias Baixas, por cierto- cuando uno de los comensales tiró de un tópico. "Si es que en la tele no hay nada que ver", se quejó lastimoso. Un mutismo invadió la mesa. Nos miramos y el silencio de la velada sólo era interrumpido por el ruido de los tenedores al chocar con el plato de revuelto de bacalao. A partir de ahí fue el tema de la noche.

Lejos de derivar en un diálogo de besugos, eso de que "no hay nada que ver en la tele" se convirtió en un objeto de deseo para cada comensal. Nos metimos en harina de manera directamente proporcional a las copas de vino. Todos los que estábamos en la mesa recordábamos con la misma frescura a Maria Luisa Seco ("musa de nuestra infancia en blanco y negro", así la recordó uno) como al salvado Jordi Évole. Para no ver la tele ya era una pequeña victoria de los que creemos que disfrutamos de la mejor televisión posible en muchas generaciones. Y que el futuro será mejor. No se trata sólo de que ahora existe la mayor oferta de canales de televisión en nuestro mando a distancia. Además, los más revival de la vida, y con brotes sentimentaloides, siempre pueden acudir a internet que allí encontrarán lo que busquen. Desde un sesudo debate de La Clave a la muerte de Chanquete, pasando por el Bla,Bla, Bla con Marisa Abad o ir de cultureta con butaca de salón para ver La vida es sueño en Estudio 1.

Lo que más me llama la atención ahora, unos días antes de que se cumpla la predicción de los mayas y el mundo se vaya al carajo el 21 de diciembre es la variedad de programas así como la calidad de producción y realización en la mayoría de ellos (por supuesto que hay de todo, como en la viña del señor, pero lo cutre lo obvio). Hablar de los realitys será motivo de otra entrada en este blog, pero nadie puede poner en duda que son productos televisivos muy bien presentados, parecen cajas de bombones de Ferrero Rocher. Ves uno, lo pruebas y te atrapa. Ya sea, digamos, ¿Quién quiere casarse con mi hijo? o Pesadilla en la cocina. Otra cosa es renegar de los Sálvame de turno, un programa que nadie reconoce ver, pero que ... Podrá gustar o no el morbo del cotilleo, la desfachatez e impostura de esos farsantes que venden su vida por unos minutos de fama o para vivir eternamente del cuento, pero nadie puede discutir que un programa como el que ha encumbrado a Jorge Javier Vázquez al olimpo catódico esté mal hecho. Es a eso a lo que voy. La capacidad de programas como éste para captar audiencias es innegable y como producto televisivo es impecable.


La cena llegó al tiramisú, postre que puso el colofón a la zampa. Con el dulce sabor en la boca llegó el momento estelar del tema de conversación: Las series de televisión. Nunca fue tan fácil como ahora ser un serieadicto. Hay que reconocer que ha habido temporadas con añadas inmejorables que han desembocado en nuestros días con series que superan a muchas de las películas que están en cartelera. Los Steven Bochco, David E. Kelley o David Lynch pueden ser nombres que no digan mucho, pero si los asociamos a Canción Triste de Hill Street, Ally McBeal o Twin Peaks nos salen decenas de horas sentados frente a la tele. Son solo algunos de ejemplos de tipos decisivos en las series de nuestra vida. Como David Shore (mente creadora del egocéntrico House), J.J. Abrams, superdotado al que debemos fenómenos televisivos como Lost (y esa impresionante Fringe) o Chuck Lorre, alquimista de ese monumento al frikismo que es The big bang Theory.

Parece que aunque "no haya nada que ver en la tele" (salvo los documentales de La 2, of course) la velada dio mucho de sí. Con la bodega de albariño agotada y varios Jameson con coca-cola en el cuerpo cada uno se volvió a su casa. No hubo derrotados ni vencedores. Tan sólo un convencimiento: nos queda mucho por ver en la tele.


Aviador Dro. La televisión es nutritiva. (La Edad de Oro. TVE / 1983)

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