El tema de conversación surgió como siempre en estos casos. De manera
espontánea. Fue durante una cena de amigos. Uno de ellos se puso a hablar de
la televisión a las primeras de cambio y fue fácil tirar del hilo. A cierta edad, sobrepasados los
cuarenta, y más bien cerca del medio siglo, uno ya tiene cierta cultura
televisiva. Habíamos dado cuenta de los entrantes, bien regados por botellas de Santiago Ruiz -se me caen las
lágrimas al rememorar en mi paladar ese albariño de Rias Baixas, por cierto-
cuando uno de los comensales tiró de un tópico. "Si es que en la tele no
hay nada que ver", se quejó lastimoso. Un mutismo invadió la mesa. Nos
miramos y el silencio de la velada sólo era interrumpido por el ruido de los
tenedores al chocar con el plato de revuelto de bacalao. A partir de ahí fue el
tema de la noche.
Lejos de derivar en un diálogo de besugos, eso de que "no hay
nada que ver en la tele" se convirtió en un objeto de deseo para cada
comensal. Nos metimos en harina de manera directamente proporcional a las copas
de vino. Todos los que estábamos en la mesa recordábamos con la misma frescura
a Maria Luisa Seco ("musa de nuestra infancia en blanco y negro", así
la recordó uno) como al salvado Jordi Évole. Para no ver la tele ya era
una pequeña victoria de los que creemos que disfrutamos de la mejor televisión
posible en muchas generaciones. Y que el futuro será mejor. No se trata sólo de
que ahora existe la mayor oferta de canales de televisión en nuestro mando a
distancia. Además, los más revival de la vida, y con brotes sentimentaloides,
siempre pueden acudir a internet que allí encontrarán lo que busquen. Desde un
sesudo debate de La Clave a la muerte de Chanquete, pasando por el Bla,Bla, Bla con Marisa Abad o ir de cultureta con butaca de salón para ver La
vida es sueño en Estudio 1.
Lo que más me llama la atención ahora, unos días antes de que se cumpla
la predicción de los mayas y el mundo se vaya al carajo el 21 de diciembre es
la variedad de programas así como la calidad de producción y realización en la
mayoría de ellos (por supuesto que hay de todo, como en la viña del señor, pero
lo cutre lo obvio). Hablar de los realitys
será motivo de otra entrada en este blog, pero nadie puede poner en duda que
son productos televisivos muy bien presentados, parecen cajas de bombones de
Ferrero Rocher. Ves uno, lo pruebas y te atrapa. Ya sea, digamos, ¿Quién
quiere casarse con mi hijo? o Pesadilla en la cocina. Otra cosa es
renegar de los Sálvame de turno, un programa que nadie reconoce ver,
pero que ... Podrá gustar o no el morbo del cotilleo, la desfachatez e impostura
de esos farsantes que venden su vida por unos minutos de fama o para vivir
eternamente del cuento, pero nadie puede discutir que un programa como el que
ha encumbrado a Jorge Javier Vázquez al olimpo catódico esté mal hecho. Es a
eso a lo que voy. La capacidad de programas como éste para captar audiencias es
innegable y como producto televisivo es impecable.
La cena llegó al tiramisú, postre que puso el colofón a la zampa. Con el
dulce sabor en la boca llegó el momento estelar del tema de conversación: Las
series de televisión. Nunca fue tan fácil como ahora ser un serieadicto.
Hay que reconocer que ha habido temporadas con añadas inmejorables que han
desembocado en nuestros días con series que superan a muchas de las películas
que están en cartelera. Los Steven Bochco, David E. Kelley o David Lynch pueden
ser nombres que no digan mucho, pero si los asociamos a Canción Triste de
Hill Street, Ally McBeal o Twin Peaks nos salen decenas de horas
sentados frente a la tele. Son solo algunos de ejemplos de tipos decisivos en
las series de nuestra vida. Como David Shore (mente creadora del egocéntrico House),
J.J. Abrams, superdotado al que debemos fenómenos televisivos como Lost (y
esa impresionante Fringe) o Chuck Lorre, alquimista de ese monumento al
frikismo que es The big bang Theory.
Parece que aunque "no haya nada que ver en la tele" (salvo los
documentales de La 2, of course) la velada dio mucho de sí. Con la
bodega de albariño agotada y varios Jameson con coca-cola en el cuerpo cada uno
se volvió a su casa. No hubo derrotados ni vencedores. Tan sólo un
convencimiento: nos queda mucho por ver en la tele.
Aviador Dro. La televisión es nutritiva. (La Edad de Oro. TVE / 1983)
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