lunes, 7 de noviembre de 2011

¿Debates?


El interés mediático que genera un debate entre los dos aspirantes a ocupar La Moncloa en la próxima legislatura me causa cierta hilaridad, no exenta de escepticismo. Lo que tienen estos debates es que sin tener dotes adivinatorias cualquier espectador que se siente ante el televisor ya sabe lo que quiere o no escuchar. Las campaña electorales sirven para regar los oídos de los fieles asistentes a los mítines y lanzar los  mensajes de turno. Y con los debates televisivos pasa lo mismo. Resulta que lo importante a estas alturas de la película, después de interminables meses de campaña electoral, no sólo los quince días de rigor, es el qué y no el cómo. Por el qué me refiero a si Rajoy ha elegido un traje gris, si se come el seso para elegir entre una corbata azul o roja para la madre de todos los debates o que si en las horas previas no se ha separado de su político de cabecera. Por el qué también me refiero a si Rubalcaba ha comido ensalada de tomate con atún, filete de pollo con patatas y un kiwi antes de vérselas, cara a cara, con Rajoy tras pasarse todo el día en Ferraz. Dentro del qué también están los secretos de alcoba de los que presumen los tertulianos. Que si Rajoy llega a las 21.03 horas al Palacio de Congresos y el candidato socialista  diez minutos después, o que si a uno y otro les acompañan menganito o fulano de tal. Todo esto no es más que el Sálvame de la política porque las cosas ahora no están para perderse con rodeos, sino en ir al fondo de la cuestión para solucionar la crisis económica. Con un debate en falso a dos, sin frescura ni espontaneidad y totalmente controlado por los aparatos de los partidos nada me importa que en los próximos días los partidistas de turno quieran presumir de que su candidato haya ganado el único cara a cara de esta campaña electoral. Por desgracia, lo que alimenta la audiencia de estos debates son cuestiones tan superficiales como los movimientos de manos, las miradas perdidas, los gestos taciturnos o cuántas veces se toque la nariz uno de ellos. El ganador del debate, ahora, no es lo importante. Es hasta insignificante. Con más de 15 puntos de de ventaja del PP sobre el PSOE en las encuestas se antoja muy difícil que un debate pueda influir a la hora de cambiar el voto de un país que necesita ponerse en marcha. Nadie duda del alcance que tienen los medios de comunicación, pero ante este debate electoral me proporcionan más felicidad los anuncios de los cortes publicitarios, por inalcanzable que sea lo que vendan, que las promesas políticas. Será porque en estos momentos resulta más sincero Don Draper, el enigmático publicista de Mad Men, al defender que la idea que esconde cualquier campaña publicitaria es la felicidad.

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