La noticia que cualquier periodista siempre ha querido escribir es el fin de ETA. Y ese día ha llegado o, al menos, así lo parece. Sin embargo, una vez más la perversión del lenguaje que utiliza la banda de asesinos deja la puerta abierta a ciertas dudas. El jueves 20 de octubre de 2011 es histórico, sin duda, pero el comunicado en el que ETA anuncia el "cese definitivo de la lucha armada" se queda cojo.
Tras un sanguinario historial con 858 víctimas mortales e incontables familias rotas a sus espaldas a golpe de tiros en la nuca y bombas lapa, lo que muchos españoles hubieran deseado es la disolución de este grupo terrorista, que desapareciera de una vez y que todos los terroristas acabaran con sus huesos en prisión.
La memoria de las víctimas, de todos aquellos que han pagado con sus vidas la sinrazón y la barbarie de unos asesinos, no puede quedar en el olvido. Este comunicado no puede suponer una carta en blanco para que se haga borrón y cuenta nueva. Por eso ahora, el Gobierno actual y que salga ganador de los comicios del 20-N se enfrenta a la no menos difícil papeleta de gestionar un escenario más esperanzador que nunca, sin la amenaza de la pistolas, pero que también debe llevar ante la Justicia a los etarras y a todo aquel sospechoso de haber colaborado con la banda armada en sus crímenes. Prófugos como Josu Ternera no pueden salir indemnes. Ni él, ni tantos otros que tanto daño han causado a víctimas inocentes.
Sin una palabra de perdón hacia las víctimas de la barbarie durante varias décadas, el comunicado de ETA deja un sabor amargo. Han robado años de liberdad y la democracia ha pagado un alto precio. Pero en la vida, todas las cosas tienen un principio y un final. Que ETA anuncie que deja de matar es algo que debe llevar cuanto antes a su desarme, la entrega de las armas y su disolución. Es el principio del fin.
El orden de factores del fin de ETA debería haber sido otro. Primero rendición y entrega de las armas, y luego que la izquierda abertzale vinculada a la serpiente enroscada en un hacha entrara en las instituciones democráticas. Pero ha sido al revés. Detrás de estos últimos movimientos los etarras y sus amigos, esos que ahora gobiernan en el Ayuntamiento o en la Diputación de Guipúzcoa, han hecho todo lo posible por maquillar su derrota ante el estado de Derecho y el mundo. Que no pareciera lo que es, una derrota. Sólo así se puede entender la pantomima de la conferencia de paz de San Sebastián, con unos mediadores internacionales que se han prestado a legitimar a una banda de asesinos, con idéntico lenguaje al de la banda terrorista en su declaración final, contribuyendo a una infame propaganda.
Tras el comunicado del jueves se demuestra que todo estaba preparado, con la mano visible de los terroristas y sus acólitos. Pero sea como sea, el cese definitivo de la lucha armada es la mejor de las noticias para la democracia, aunque cabe preguntarse una cosa: ¿Es el fin de ETA? Ojalá.
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