Sostienen algunos tertulianos que a Alfredo Pérez Rubalcaba
no le importa colocarse en el peor de los escenarios posibles para estimular a
sus votantes. Suena un poco a teoría conspirativa pero ya que parte con las
encuestas cuesta arriba, todo lo que sea
perder por la mínima sería un buen resultado. Lo que queda de la Conferencia
Política del PSOE son más sombras que luces. Sorprende que Rubalcaba se haya
instalado en los tiempos mejores del pasado, casi nostálgicos, para mirar al
futuro. Sorprende que el candidato socialista a la presidencia del Gobierno se
desmarque de las políticas de José Luis Rodríguez Zapatero pero luego se haga
la foto con él. Sorprende que recurra a Felipe González como estrella de la
conferencia para insuflar ánimo a sus simpatizantes y militantes. Sorprende que
defina estas elecciones como “una encrucijada con una trascendencia tan enorme
como las de 1977”, en las que el desconocido Felipe González logró el peor
resultado electoral del PSOE desde la llegada de la democracia. Y sorprende,
que Rubalcaba proclame que “no me voy a dejar ganar”. Todo esto suena a arenga
frente a la desesperación, ante unas encuestas en las que el PSOE no remonta.
Tras unas primarias que no lo han sido, por mucho que se defiendan desde
Ferraz, la solución del PSOE ha sido recurrir al banquillo. La socialdemocracia
está en crisis en España, sin referentes. Rubalcaba no es como ese Tony Blair
que en 1994 empezó a modernizar el Partido Laborista, que a través de la
tercera vía abrió la formación hacia las clases medias. Blair tuvo que esperar
tres años para acabar con casi veinte años de conservadurismo en Gran Bretaña.
Casi igual que Zapatero, tras hacerse con las riendas del partido y apostar por
el modelo Blair. Hoy España está sumida
en una profunda crisis, con el zapaterismo agotado, con un candidato que ha
acompañado a ZP desde el primer día y que en sus listas electorales opta por
los de siempre porque no hay banquillo. Chaves, Barreda, Guerra son algunos de
sus fichajes, mientras que otros saltan del barco como Elena Salgado, Carmen
Calvo, Miguel Sebastián o Ángel Gabilondo. La diferencia entre el éxito y el
fracaso de Rubalcaba el 20N en las urnas estará en la manera de gestionar su
propio currículum, desmarcarse de la herencia envenenada de Zapatero y esperar
a que la apelación, casi a la desesperada, al voto útil dé resultado. Rubalcaba
no es un joven socialista, casi desconocido, que contagie la misma ilusión que
Blair, González o Zapatero en su momento. El partido está desgastado por la
tarea de gobierno y los bandazos continuos de ZP a la hora de afrontar la
crisis. Rubalcaba no es un valor emergente en el socialismo español, puede que
una pieza básica, que ya quisiera tener el PP entre sus filas. Pero dudo que
pueda ganar las elecciones cargando contra los ricos o metiendo mano al alcohol
y el tabaco para financiar la sanidad. Hace falta algo más. Rubalcaba ya ha
avisado que va a luchar hasta el final, aunque tendrá difícil convencer a los
españoles de que no tiene nada que ver con el Gobierno de Zapatero. Por eso el
mayor enemigo del candidato Rubalcaba es el vicepresidente Rubalcaba. Una difícil
bipolaridad.
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