España es el país de la exageración. Aquí todo se sale de
madre. Cuando algo se pone de moda se lleva hasta extremos inimaginables hasta
el punto de que se atomiza y luego, una vez que explota, se critica y se pone a
parir con saña. Y no sólo se critica sino que también aparecen los negacionistas
de turno, esos que niegan la mayor tras abrazar el oportunismo del “yo no he
sido, no sé nada, es la primera vez que vengo “. En mi casa, por ejemplo,
reposaron durante años un par de botellas de ginebra a la espera de unas
gargantas sedientas. En una noche en la que parecía que en Madrid se había
decretado la Ley Seca las dos botellas de ginebra se vaciaron en un plis-plas
mientras que me quedé a solas con la de Jameson. Hasta hace poco se estilaban
más el whisky o el ron, pero ahora la ginebra no tiene competencia. Lo que
sucedió esa noche es que la ginebra y la sed terminaron por encontrarse,
confieso que con algo de amargor por mi parte, porque como anfitrión lamenté no
tener ni las marcas de ginebra ni la de tónica que mis invitados requirieron
con una asombrosa naturalidad. “Un gin-tonic es un gin-tonic, aquí y en
Sebastopol”-, pensaba hacia mis adentros cuando sacaba el hielo y el limón para
preparar esta popular bebida digestiva
cuando, de repente, uno interrumpió mis pensamientos para pedirme pepino en
lugar del limón. A partir de ahí todo era posible, lo que propició que la tertulia
girara en torno a las decenas de miles de marcas de ginebra que hay en el
mercado, dónde se preparan los mejores gin-tonics de la ciudad o del mundo
mundial, cuántas partes de ginebra hay que poner por las de tónica y si la
Reina Madre Isabel de Inglaterra tuvo una longeva vida antes de estirar la pata
a los 102 años porque todos los días se
atizaba algún que otro gin-tonic bien cargado. En el país de los excesos el gin-tonic está tan de moda
como las calabazas del Halloween o los partidos de fútbol a todas horas. Pero
la tontería que se respira por estos lares hace aguas cuando quiere presumir de vintage. No sé si la tontería hay que agitarla o removerla
pero aquí si hay barra libre en algo es, precisamente, en agitar y remover sin
rubor alguno. Las acaloradas tertulias políticas, que han encontrado en la
televisión digital el filón de la audiencia, o los programas de corazón, en los
que el entrevistador se acaba mutando en personaje, entre acusaciones y juicios
sumarísimos de sus propios compañeros o del público, son un buen ejemplo para
medir la temperatura de los excesos que nos rodean. Igual que esos consejeros de
cajas o altos directivos que se aseguran una pensión vitalicia millonaria,
aunque su gestión deje mucho que desear o roce casi lo delictivo. Aunque para
exageraciones nada como que casi cinco millones de personas estén en España sin
trabajo. Eso sí que es exagerado, real y dramático.
lunes, 31 de octubre de 2011
viernes, 21 de octubre de 2011
¿El fin de ETA?
La noticia que cualquier periodista siempre ha querido escribir es el fin de ETA. Y ese día ha llegado o, al menos, así lo parece. Sin embargo, una vez más la perversión del lenguaje que utiliza la banda de asesinos deja la puerta abierta a ciertas dudas. El jueves 20 de octubre de 2011 es histórico, sin duda, pero el comunicado en el que ETA anuncia el "cese definitivo de la lucha armada" se queda cojo.
Tras un sanguinario historial con 858 víctimas mortales e incontables familias rotas a sus espaldas a golpe de tiros en la nuca y bombas lapa, lo que muchos españoles hubieran deseado es la disolución de este grupo terrorista, que desapareciera de una vez y que todos los terroristas acabaran con sus huesos en prisión.
La memoria de las víctimas, de todos aquellos que han pagado con sus vidas la sinrazón y la barbarie de unos asesinos, no puede quedar en el olvido. Este comunicado no puede suponer una carta en blanco para que se haga borrón y cuenta nueva. Por eso ahora, el Gobierno actual y que salga ganador de los comicios del 20-N se enfrenta a la no menos difícil papeleta de gestionar un escenario más esperanzador que nunca, sin la amenaza de la pistolas, pero que también debe llevar ante la Justicia a los etarras y a todo aquel sospechoso de haber colaborado con la banda armada en sus crímenes. Prófugos como Josu Ternera no pueden salir indemnes. Ni él, ni tantos otros que tanto daño han causado a víctimas inocentes.
Sin una palabra de perdón hacia las víctimas de la barbarie durante varias décadas, el comunicado de ETA deja un sabor amargo. Han robado años de liberdad y la democracia ha pagado un alto precio. Pero en la vida, todas las cosas tienen un principio y un final. Que ETA anuncie que deja de matar es algo que debe llevar cuanto antes a su desarme, la entrega de las armas y su disolución. Es el principio del fin.
El orden de factores del fin de ETA debería haber sido otro. Primero rendición y entrega de las armas, y luego que la izquierda abertzale vinculada a la serpiente enroscada en un hacha entrara en las instituciones democráticas. Pero ha sido al revés. Detrás de estos últimos movimientos los etarras y sus amigos, esos que ahora gobiernan en el Ayuntamiento o en la Diputación de Guipúzcoa, han hecho todo lo posible por maquillar su derrota ante el estado de Derecho y el mundo. Que no pareciera lo que es, una derrota. Sólo así se puede entender la pantomima de la conferencia de paz de San Sebastián, con unos mediadores internacionales que se han prestado a legitimar a una banda de asesinos, con idéntico lenguaje al de la banda terrorista en su declaración final, contribuyendo a una infame propaganda.
Tras el comunicado del jueves se demuestra que todo estaba preparado, con la mano visible de los terroristas y sus acólitos. Pero sea como sea, el cese definitivo de la lucha armada es la mejor de las noticias para la democracia, aunque cabe preguntarse una cosa: ¿Es el fin de ETA? Ojalá.
Tras un sanguinario historial con 858 víctimas mortales e incontables familias rotas a sus espaldas a golpe de tiros en la nuca y bombas lapa, lo que muchos españoles hubieran deseado es la disolución de este grupo terrorista, que desapareciera de una vez y que todos los terroristas acabaran con sus huesos en prisión.
La memoria de las víctimas, de todos aquellos que han pagado con sus vidas la sinrazón y la barbarie de unos asesinos, no puede quedar en el olvido. Este comunicado no puede suponer una carta en blanco para que se haga borrón y cuenta nueva. Por eso ahora, el Gobierno actual y que salga ganador de los comicios del 20-N se enfrenta a la no menos difícil papeleta de gestionar un escenario más esperanzador que nunca, sin la amenaza de la pistolas, pero que también debe llevar ante la Justicia a los etarras y a todo aquel sospechoso de haber colaborado con la banda armada en sus crímenes. Prófugos como Josu Ternera no pueden salir indemnes. Ni él, ni tantos otros que tanto daño han causado a víctimas inocentes.
Sin una palabra de perdón hacia las víctimas de la barbarie durante varias décadas, el comunicado de ETA deja un sabor amargo. Han robado años de liberdad y la democracia ha pagado un alto precio. Pero en la vida, todas las cosas tienen un principio y un final. Que ETA anuncie que deja de matar es algo que debe llevar cuanto antes a su desarme, la entrega de las armas y su disolución. Es el principio del fin.
El orden de factores del fin de ETA debería haber sido otro. Primero rendición y entrega de las armas, y luego que la izquierda abertzale vinculada a la serpiente enroscada en un hacha entrara en las instituciones democráticas. Pero ha sido al revés. Detrás de estos últimos movimientos los etarras y sus amigos, esos que ahora gobiernan en el Ayuntamiento o en la Diputación de Guipúzcoa, han hecho todo lo posible por maquillar su derrota ante el estado de Derecho y el mundo. Que no pareciera lo que es, una derrota. Sólo así se puede entender la pantomima de la conferencia de paz de San Sebastián, con unos mediadores internacionales que se han prestado a legitimar a una banda de asesinos, con idéntico lenguaje al de la banda terrorista en su declaración final, contribuyendo a una infame propaganda.
Tras el comunicado del jueves se demuestra que todo estaba preparado, con la mano visible de los terroristas y sus acólitos. Pero sea como sea, el cese definitivo de la lucha armada es la mejor de las noticias para la democracia, aunque cabe preguntarse una cosa: ¿Es el fin de ETA? Ojalá.
viernes, 14 de octubre de 2011
El gregario Gallardón
lunes, 3 de octubre de 2011
Candidato&vicepresidente
Sostienen algunos tertulianos que a Alfredo Pérez Rubalcaba
no le importa colocarse en el peor de los escenarios posibles para estimular a
sus votantes. Suena un poco a teoría conspirativa pero ya que parte con las
encuestas cuesta arriba, todo lo que sea
perder por la mínima sería un buen resultado. Lo que queda de la Conferencia
Política del PSOE son más sombras que luces. Sorprende que Rubalcaba se haya
instalado en los tiempos mejores del pasado, casi nostálgicos, para mirar al
futuro. Sorprende que el candidato socialista a la presidencia del Gobierno se
desmarque de las políticas de José Luis Rodríguez Zapatero pero luego se haga
la foto con él. Sorprende que recurra a Felipe González como estrella de la
conferencia para insuflar ánimo a sus simpatizantes y militantes. Sorprende que
defina estas elecciones como “una encrucijada con una trascendencia tan enorme
como las de 1977”, en las que el desconocido Felipe González logró el peor
resultado electoral del PSOE desde la llegada de la democracia. Y sorprende,
que Rubalcaba proclame que “no me voy a dejar ganar”. Todo esto suena a arenga
frente a la desesperación, ante unas encuestas en las que el PSOE no remonta.
Tras unas primarias que no lo han sido, por mucho que se defiendan desde
Ferraz, la solución del PSOE ha sido recurrir al banquillo. La socialdemocracia
está en crisis en España, sin referentes. Rubalcaba no es como ese Tony Blair
que en 1994 empezó a modernizar el Partido Laborista, que a través de la
tercera vía abrió la formación hacia las clases medias. Blair tuvo que esperar
tres años para acabar con casi veinte años de conservadurismo en Gran Bretaña.
Casi igual que Zapatero, tras hacerse con las riendas del partido y apostar por
el modelo Blair. Hoy España está sumida
en una profunda crisis, con el zapaterismo agotado, con un candidato que ha
acompañado a ZP desde el primer día y que en sus listas electorales opta por
los de siempre porque no hay banquillo. Chaves, Barreda, Guerra son algunos de
sus fichajes, mientras que otros saltan del barco como Elena Salgado, Carmen
Calvo, Miguel Sebastián o Ángel Gabilondo. La diferencia entre el éxito y el
fracaso de Rubalcaba el 20N en las urnas estará en la manera de gestionar su
propio currículum, desmarcarse de la herencia envenenada de Zapatero y esperar
a que la apelación, casi a la desesperada, al voto útil dé resultado. Rubalcaba
no es un joven socialista, casi desconocido, que contagie la misma ilusión que
Blair, González o Zapatero en su momento. El partido está desgastado por la
tarea de gobierno y los bandazos continuos de ZP a la hora de afrontar la
crisis. Rubalcaba no es un valor emergente en el socialismo español, puede que
una pieza básica, que ya quisiera tener el PP entre sus filas. Pero dudo que
pueda ganar las elecciones cargando contra los ricos o metiendo mano al alcohol
y el tabaco para financiar la sanidad. Hace falta algo más. Rubalcaba ya ha
avisado que va a luchar hasta el final, aunque tendrá difícil convencer a los
españoles de que no tiene nada que ver con el Gobierno de Zapatero. Por eso el
mayor enemigo del candidato Rubalcaba es el vicepresidente Rubalcaba. Una difícil
bipolaridad.
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