martes, 26 de abril de 2011

Un whisky con JFK

Hubo tiempos mejores para la lírica. Fueron épocas en las que las bandas sonoras de nuestras vidas se correspondían con las escenas del imaginario personal de cada uno. Imagen y sonido formaban parte del mismo fotograma, como el tiempo y el espacio en una coordenada. Entonces tuve la oportunidad de viajar a Nueva York y encontrar las rimas adecuadas en un mar de palabras. Recuerdo cómo fue el primer paseo por la Quinta Avenida o Central Park y lo que sentí al entrar en el Madison Square Garden para ver a los Knicks. Una tarde una canción de Lou Reed me llevó a Coney Island, donde me sentí por instantes como un neoyorquino más en su lugar favorito de ocio, gritando despavorido en esa montaña rusa llamada The Cyclone. Por la noche, entré en un bar a echar un trago y se confirmó eso de que Nueva York es la ciudad que nunca duerme. Unos días después tuve la oportunidad de conocer Martha's Vineyard, una isla en la costa este que es uno de los lugares de veraneo más exclusivos de los norteamericanos, y no lo dudé. Llegué a Aquinnah cargado de lirismo, sin temor a las borrascas y convencido de que un mundo mejor es posible. Deambulé por sus playas y sus famosos acantilados. Cuando almorzaba en el puerto hasta conocí a John F. Kennedy. Entablamos conversación de manera casual y al poco rato estábamos en su casa hablando como dos amigos de toda la vida. Un Jameson tras otro hicieron la tertulia más fluida. El tipo, que bebía el whisky con hielo, no podía comprender que alguien lo mezclara con Coca-Cola. Pero daba igual. Mientras bebíamos en la terraza de su casoplón con vistas al mar y Miles Davis sonaba de fondo en un viejo tocadiscos, el hombre derivaba una y otra vez la conversación a las cosas que verdaderamente importan en la vida y los instantes que uno jamás olvida. Todo era perfecto hasta que en un descuido pude ver los agujeros que le dejaron los disparos de Lee Harvey Oswald. Charlamos un rato más hasta que apuró un último trago y desapareció. Pregunté a los vecinos si habían visto a JFK y me miraron atónitos, como si estuviera loco. “¿Usted cree que alguien al que mataron en Dallas en 1963 iba a estar aquí?", ironizó uno. Salí de Martha's Vineyard desorientado. Allí se acabó la lírica y desde entonces dudo que sea posible un mundo mejor.

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