viernes, 8 de abril de 2011
‘Chicken class’
El despiporre nacional no tiene límites. Si los eurodiputados, los del mundo bambi y los otros, se justifican por aferrarse a los vuelos en primera clase y no viajar en chicken class como casi todos los mortales, es lógico que los españolitos de a pie sigamos viendo a los políticos como uno de los mayores problemas del país. La cuerda ha llegado a su límite y empieza a romperse porque la fiesta se acabó hace mucho, aunque algunos siguen soplando el matasuegras. Sin embargo, sus euroseñorías se aseguran volar en primera clase, que les hagan la pelota los aeromozos y que no les toquen el sueldo mientras en un país de mileuristas y con los cinco millones de parados en el horizonte lo que se receta es moderación salarial. ¡Toma ya! Lo de volar en primera es una aspiración humana, que entiendo perfectamente. Pero si es grave que los diputados del PP y el PSOE voten juntos para que les pague el vuelo en primera clase, es aún peor la excusa a destiempo y las justificaciones insostenibles de los partidos. Se quedan tan panchos al achacarlo a un error. ¡Albricias! Vamos, que si esto no llega a tener repercusión mediática sus euroseñorías habrían seguido gozando de privilegios como su kit de aseo personal y la gastronomía de nouvelle cuisine. Si me apuran, se me ocurre pensar que también podrían pedir un spa a bordo y una sesión de aromaterapia o shiatsu en la sala de espera para superar el miedo a volar... en business, claro. Esto es lo que lo que tiene vivir en un país que ha hecho del “¡bah, si no pasa nada” un modo de vida , donde se construyen aeropuertos sin aviones, autopistas sin coches y palacios de congresos en los confines de cada provincia. Así pasan cosas tan curiosas como que por las pistas del aeropuerto de Castellón haya gente paseando por sus pistas en vez de aviones aterrizando y despegando. Castellón, Lérida, Huesca, Ciudad Real y tantos otros aeropuertos que hay en España demuestran que lo que se esconde detrás de la construcción de estas infraestructuras son intereses que poco o nada tienen que ver con los turistas de la chicken class. La llamada del dinero rápido, con la connivencia política es un maridaje explosivo que, por desgracia, terminan pagando todos los ciudadanos. Lo malo es que por el camino hay unos cuantos que se han llenado los bolsillos y alcaldes que se han quedado con las ganas de cobrar una peajá por cada avión que sobrevuele el municipio cercano al aeródromo de turno. Pero sus euroseñorías sólo aterrizarían en estos aeropuertos si hay spa, claro.
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