lunes, 28 de febrero de 2011
Nos ponen a 100...
La pasada Navidad, en esas fechas en las que todo es amor universal, el presidente del Congreso de los Diputados, el inefable José Bono, dedicó unas palabras a Alfredo Pérez Rubalcaba en una cena. Dijo de él que "corre más que nadie y hace correr a los demás". Mira por donde hasta aquí hemos llegado. Lo de correr se ha acabado. En cuanto pises un poco más el acelerador en las rectas de la A-6 por Arévalo el picoleto de turno está cargado de razones para empapelarte sin misericordia. Multas y más multas. Esta es la sociedad que hemos construido, en la que todo te toca el bolsillo. Que reduzcan la velocidad máxima a 110 kilómetros por hora y un todopoderoso vicepresidente lo anuncie como gran medida de ahorro energético -transitoria, eso sí- suena a chiste. En este país, donde hacemos un drama de cualquier cosa los políticos, cada vez más, se parecen a sus clones. Sí. Rubalcaba consiguió el viernes superar al personaje de José Mota, el de la hurgatoria del programa de fin de año de La 1 de TVE. En su comparecencia tras el Consejo de Ministros para anunciar lo que pomposamente se denominan medidas de ahorro energético, dejó de ser la liebre cántabra para ser el otro. Ahí no estaba el político hábil y escudirrizo que igual se escabulle durante semanas de las dudas del chivatazo del bar Faisán como que se coloca en los tacos de salida con un metro de ventaja para suceder a ZP. Si para tomar una medida así hay que convocar un comité de sabios y que Rubalcaba salga a dar la cara es que el Gobierno ha encontrado en la razón su propia limitación. Esa misma razón es la que ha llevado al mundo occidental a tolerar al sátrapa de Gadafi sus excentricidades en aras del extremo más pernicioso de la realpolitik, donde los intereses nacionales priman sobre la ética. Ahora que el precio de la gasolina y el gasóleo están en techos históricos por la crisis libia, aquí nuestros papás escogen el camino del intervencionismo moral en medio del desaguisado del mundo globalizado. Como si a la hora de llenar el depósito no fuera argumento suficiente el sablazo a la cartera para pensar en aparcar el coche, la solución que nos dan es correr menos y poner pegatinas en las señales. Si esto es una medida de choque, tiene su coña. Lo malo es que no es época de ideales, y ese buenrollismo progre que subvenciona las energías renovables no hinca el diente en el problema: el déficit energético español. En lugar de eso lo que hacen es ponernos a 100...
viernes, 18 de febrero de 2011
Que se 'coloquen' con Mirinda...
El último grito de la moda en las noches locas de discoteca y boite es el smirting. Se trata, hablando en plata, de ligar mientras uno se echa un pitillo en la calle. El “estudias o trabajas” de toda la vida ha dado paso en las puertas de los locales a un “mira que tener que salir a la calle a echarse un pitillo”... La palabra smirting nace de los términos ingleses smoking y flirting, y es un vocablo importado de Nueva York donde el rigor de su ley antitabaco ya obligaba a buscar el amor fuera de esos locales tan gratos para conversar. Ni pista de baile, ni copas en la mano, ni luces de discoteca. A ligar a la puerta de la calle bajo la luz de la luna, si la hay...A este paso se va a borrar toda huella de un hábito sin el que difícilmente se puede entender la gran parte de la cinematografía. Los pitillos, casi siempre acompañados por copas, que han llenado durante décadas la gran pantalla han estado en manos de femme fatales y entrañables tipos duros; de rubias de bote y malvados sin escrúpulos. Han dado lugar a amores imposibles, coartadas perfectas, interrogatorios salvajes bajo la luz de un flexo y diálogos a quemarropa como ese tan inolvidable de Fred MacMurray y Edward G. Robinson en el final de Perdición. Sin embargo ahora, sin nicotina, los guionistas lo tienen crudo, pese a que la historia del cine ha estado siempre acompañada de humo. De la misma manera que para nosotros sería imposible evocar Casablanca, Gilda, El Halcón Maltés o tantas otras películas sin cigarrillos, a las próximas generaciones les sorprenderá que hasta hace poco se pudiera fumar en las clases, en los hospitales, en el bus o en el regional de Renfe a Logroño. La polémica viene ahora de la mano de la advertencia que han recibido los responsables del musical Hair en Barcelona porque los actores fuman en el escenario. Rechazo, por norma, el exceso de regulación, de la misma manera que el abuso que toda la vida han ejercido los fumadores sobre los que no fumamos, pero es absurdo que se monte la marimorena porque unos actores que hacen de hippies fumen una mezcla de albahaca, hierba luisa y hoja de nogal en lugar de ponerse con Mirindas. Esto poco o nada tiene que ver con el tabaco, sino con el sentido común. La ley antitabaco ha establecido unos límites, afina mucho, pero no se puede caer en la estupidez. ¿Acaso el siguiente paso será borrar con técnicas digitales los pitillos y los whiskazos en todas las películas rodadas en blanco y negro, Technicolor o el 3D? En fin, país.
viernes, 11 de febrero de 2011
'Ochomiles'
Los grandes alpinistas y los tiranos tienen dos maneras de afrontar los hechos. Las perspectivas, claro, son opuestas. Los montañeros se enfrentan al frío, a la falta de oxígeno y a las paredes a miles de metros de altura para conquistar ochomiles. Y los tiranos… prefieren quitar las piedras del camino proclamando que son imprescindibles. En otros tiempos, en la Francia revolucionaria de 1789, el pueblo estaba hambriento y protestaba. Ante este espectáculo, con la hambruna en las puertas de palacio, María Antonieta pronunció una de esas célebres frases, o al menos siempre se la han atribuido a ella, que ha pasado a la historia: “Si no tienen pan, que coman pasteles". Unos años después acabó en el cadalso y con la cabeza separada del cuerpo por arte y gracia de ese invento tan francés, de cinco estrellas Michelin, como es la guillotina. En Egipto no pedían la cabeza de Mubarak, sino que se fuera. La salida del país de Mubarak puede cambiar el futuro de una de las zonas del mundo más sensibles, en las que los analistas de la geostrategia política no levantan ojo. La mayoría del pueblo egipcio quería que Mubarak se marche y los grupos opositores liderados por los Hermanos Musulmanes mantienen su postura firme tras más de veinte días de protestas. El dilema ahora es si tras la salida de Mubarak se caminará hacia el integrismo o la democracia. Con los tanques apostados en El Cairo como espectadores, miles de personas se comportan como si fueran una sola. Están subiendo su particular ochomil. Tienen la misma fe y el convencimiento de que si mantienen firmes sus convicciones se saldrán con la suya. De algún modo, son como un alpinista, que en la soledad de una montaña mantiene su estado de ánimo ante las adversidades convencido de que creyendo en lo que se desea, su sueño podría cumplirse incluso de la manera más inesperada. Túnez llevó a Egipto, y ahora medio mundo sigue los acontecimientos en El Cairo. Las pirámides no son el Gasherbrum II, esa mole de 8.035 metros que acaba de coronar en pleno invierno, y con temperaturas que hielan hasta el líquido sinovial, un trío de alpinistas liderado por Simone Moro. Pero las pirámides de Egipto y el Gasherbrum II, en Pakistán, comparten simbolismo. Moro ha realizado una gesta única, nadie había conquistado antes en invierno un ochomil. Era algo imposible. Pero Moro sobrevivió sólo porque quiso la montaña, que apreció que bajara de la cima una bolsa de basura. Y los malos gobernantes ni suben montañas ni limpian cimas.
lunes, 7 de febrero de 2011
‘Guten Morgen’
Las fronteras siempre son difusas, pero no imposibles. Entre los fronterizos no se sabe quien en más de aquí y quien es más allá. Una frontera tiene también algo de eso que los pilotos de avión denominan punto de no retorno. Cuando se traspasan se abren otros mundos, acentos y realidades que tienen como objetivo llegar al final de un camino. Hay fronteras físicas, como las que saltan esos inmigrantes subsaharianos que buscan una vida posible; las que cruza el empresario de Socuéllamos que quiere abrir mercados para su vino en China; o las que se traspasan por la fuerza del amor. Pero hay otro tipo de frontera, la que está dentro del ser humano y que tiene la necesidad de explorar lo cercano y lo lejano. Por eso se han descubierto tierras, mares lejanos y se han puesto picas en Flandes. Cada vez que veo a un madrileño, viajero o callejero por el mundo en esos programas de televisión que nos enseñan cómo se vive en lugares como Innbruck, la Isla de Pascua o Wichita aprendo que hay vida más allá de la tienda de ultramarinos del barrio y del parque en el que cada día suelto al perro. Resulta que aquí siempre hemos querido vivir sobre seguro, con la casa puesta, la hipoteca de 40 años y la paella de los domingos con los suegros. En nuestro ADN nos han inoculado que en España se vive mejor que en cualquier sitio. Y de repente la realidad nos pone en nuestro sitio. En este caso ha sido Frau Merkel, la canciller de Alemania, que vino a Madrid a pasar revista y analizar el electrocardiograma del moribundo español para ver si tiene solución tras varias semanas de cirugía. Frau Merkel es de las que atraviesa fronteras sin problemas y demostró lo que en Alemania se entiende por productividad. Seis horas, seis, como si de un cartel taurino se tratara, le bastaron a Merkel en Madrid. Nada de perder el tiempo, ni salir a la calle a echarse un pitillo o hablar por teléfono con un colega en el curre. Frau Merkel ofreció todo un ejemplo de productividad, ese concepto que por desgracia escasea en el mercado laboral español y del que son tan responsables los empresarios como los trabajadores, los sindicatos y los políticos. Si hubiera un método para aprender alemán en siete días, o en tres meses si me apuran, cogería las maletas y me plantaría en Hamburgo o en Munich. Ramiro cruzó la frontera hace años. Nunca dejó de ser gallego, pero ahora es más alemán que nunca. Regresó con su mujer a su pueblo, frente al Cantábrico, tras décadas de trabajo en Alemania. Sus hijos viven en el país de Goethe y cuando nos cruzamos cada mañana por la calle nunca falta un Guten Morgen.
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