En la cola de la panadería tres temas monopolizan estos días la conversación. Con la salvedad del rescate de los 33 mineros de Chile, Belén Esteban y la clase política son la comidilla. Hasta el fútbol ha pasado a un segundo plano en las tertulias panaderas mientras esperas la oportunidad de llegar a casa con el pan debajo del brazo. De Belén Esteban hoy no hablaré. Sólo me limito a expresar un convencimiento: todavía hay una mayoría silenciosa a la que le importa tres cominos las aventuras y desventuras del petardeo patrio. Lo segundo es más curioso y preocupante. En esta misma columna ya me despaché alguna vez contra la clase política, cada vez más desprestigiada. No es porque lo diga yo, sino porque ahora el barómetro del CIS ya ha confirmado de nuevo que la clase política es un problema para los españoles. Por detrás del paro y la crisis económica, los políticos están ahora más en la picota que nunca. Del “todos los políticos son iguales” hemos pasado al “están aquí para llevárselo calentito” y “sólo piensan en lo suyo”. Estas frases las escuché el otro día en la panadería mientras esperaba turno para pedir una barra bien cocida. Los Gürtel, Pretoria y Malaya, entre otros casos de saqueo político de lo público han colmado la paciencia de los españoles, aunque rechazo las teorías más pesimistas que apuntan a que la corrupción se ha generalizado en todos los ámbitos de la administración, en especial la municipal. Para explicar este fenómeno creo que la caja tonta tiene mucho que ver. Probablemente ese desfile de vanidad y choriceo a pecho descubierto que exhiben los imputados en el caso Malaya, muchos de ellos protagonistas del papel couché y de los platós de televisión, es lo que ha desatado de manera definitiva la ira del personal. Exhibir un cuadro de Miró en el cuarto de baño es impúdico, pero lo ignorábamos hasta que la policía difundió un vídeo que mostraba el interior de una de las casas de Juan Antonio Roca, uno de los presuntos malayos. Ese Miró es el símbolo de esa sociedad fanfarrona y pestilente. Aquí no ha fallado sólo el control de las autoridades para frenar la tentación de la corrupción, el dinero negro y el compadreo político. También ha habido exceso de tolerancia ciudadana, como hace unos días apuntaba el periodista de ABC Ignacio Camacho. Esta tolerancia propició que las corruptelas se afianzaran en sus chiringuitos una elección tras otra con los votos de los ciudadanos. La manipulación del poder y la estupidez política son por desgracia ingredientes del pan nuestro de cada día, igual que de una mala harina se hace un mal pan.
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