Es inevitable. Que el Ayuntamiento de Barcelona se quiera sacar de la manga una tasa para cobrar a los turistas me recuerda de manera inevitable la pretensión de la compañia Ryanair de hacer pagar a los viajeros por orinar en vuelo. En resumidas palabras y para entendernos, dan donde más duele: un euraco al día por patear las aceras desde la Sagrada Familia al Parque Güell y otro por miccionar a miles de pies de altura. Dos euros por la cara, y siempre y cuando uno se porte bien bien, porque como incumplas una ordenanza cívica y se te ocurra pasear sin camiseta igual hasta acabas en la cárcel Modelo. La cosa es que al alcalde de Barcelona, Jordi Hereu, parece haberle gustado la idea de cobrar a los turistas. Ingresar 20.000 euros anuales a costa de los turistas es una excusa perfecta.Tal vez, después de una ingeniosa tormenta de ideas con los gurús de la sostenibilidad ciudadana haya llegado a la misma conclusión que los responsables de Ryanair: a pagar. Por hacer un pis o por pasear por las Ramblas. Pero a pagar. Lo malo es que ambas pretensiones, si se miran con profundidad de miras y con una mínima perspicacia anuncian en el fondo una revolución sin precedentes en el mundo del turismo y en la manera de viajar. De hecho, Ryanair ya no sólo insiste en la idea de que si llega el apretón en la vejiga y no se puede aguantar haya que rascarse el bolsillo para usar el aseo del avión. Ahora vuelve a la carga con esa revolucionaria idea y con la posibilidad de que se pueda viajar de pie en un asiento vertical por sólo cinco libras. El low cost se encarga de poner al turista en su sitio para que no se pase ni un gramo en el peso del equipaje, desde que coge el petate y se largue al destino de sus sueños. No hay duda. Corren tiempos de apreturas para los turistas del low cost. Mientras que desde la Comisión Europea cada vez están más preocupados por mejorar las condiciones del transporte de ganado la sufrida clase turista se apila más y más. Ahora que cualquier animal que sirva para trocear y servir de alimento humano viaja hasta con GPS y dispone de las mejores condiciones y trato para evitar el sufrimiento psíquico a la clase turista lo que le queda es el barullo y la sobaquera del compañero de viaje. Más barato, más lejos pero más apretado. Así que la próxima vez que coja un avión me pasaré medio vuelo dando la tabarra a la azafata de turno o, si es necesario, al comandante con ese pesada cantinela infantil de: “¿Falta mucho para llegar?”. Al fin y al cabo, ir de turista por la vida se parece cada vez más a un reality show.
No hay comentarios:
Publicar un comentario