Dwight Howard, los Celtics, Perkins o lo que sea. Pau Gasol es capaz de salir a la cancha y demostrar que si alguien le dice que no es capaz de hacer algo lo hará. Sin misericordia. Ya es un jugador de leyenda. Tres años en los Lakers, tres finales y dos anillos de la NBA. Pero el último es el que mejor sabor de boca deja. Desde su llegada al equipo de Los Ángeles, las cosas han cambiado mucho. Su perseverancia, su inteligencia, su fuerza interior y su inconmensurable talento han sido determinantes para que los Lakers engrandezcan su mito. La estrella Kobe Bryant amagaba con marcharse y desde que Pau desembarcó forman un tándem invencible. Ganar en el séptimo partido en casa a un rival de leyenda sólo está en las manos de los privilegiados. A partir de ahora, cuando regresen los Celtics al Staples Center, recordarán que por culpa de Pau I El Grande no pudieron recuperar los 100 dólares de cada jugador que Doc Rivers escondió en el vestuario angelino allá por febrero para motivarles. Los recuperarían si ganaban la final, pero no contaban con Gasol.
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