miércoles, 9 de septiembre de 2009
Farsa
Hay cosas que no cambian. En esta decadente sociedad del bienestar, ya con más vicios que virtudes, si hay un gesto que se repite entre el personal es el de torcer la cara. Es como cuando te cruzas con un conocido en tu pueblo y disimulas que no le ves. Pues algo así sucede en nuestra sociedad, especializada en mirar hacia otro lado. Creemos que la leche viene de los tetrabric y no de vacas que no hace muchos años eran el único modo de vida de familias enteras. Ni siquiera nos paramos a pensar que detrás de la comida precocinada que metemos en el microondas hay restos de una ternera a la que el matarife de turno le ha dado lo suyo antes de que el acabado del proceso industrial la etiquete. Pero no lo vemos y evitamos el sufrimiento. Miramos a otro lado, que es más rentable para el alma. ¿Qué les parece Afganistán? Los taliban atacan a diestro y siniestro a una columna de 25 blindados del ejército español y Carme Chacón define a los guerrilleros como “delincuentes comunes”. ¿Para qué llamar a las cosas por su nombre, no? Queda más bonito lo de misión humanitaria y mientras, los soldados que están allí recibiendo estopa por los talibán. Y es que en este país pasan algunas cosas que, visto lo visto, te dan argumentos para unirte a las cofradías de las flores de hippies que viven de las reminiscencias de Woodstock. Aunque entre los neohippies progres y los bienpensantes, me niego a elegir. Entre otras cosas porque un día te enteras de que los hijos de Rajoy y José Blanco van al mismo colegio, un elitista centro de enseñanza privado, claro. Y es que la extravagancia se ha instalado en nuestra vida y la aceptamos como si tal cosa. Debatimos de manera encendida entre la Campanario o la princesa del barrio de San Blas, Belén Esteban, y lo elevamos a cuestión de Estado mientras desde la OCDE nos ponen las orejas de burro. Vivimos en tiempos en los que entras en un hotel, te vas al ascensor y coincides con un tipo calvo, al que le cae una gota de sudor por la frente mientras el nudo wilson de la corbata le acogota el cuello. Cuando le preguntas a qué piso va, te responde que al octavo, aunque lo que te molesta es que se te queda mirando un rato hasta que al fin pregunta: ¿No somos amigos en el Facebook? Ahora hasta los amigos los elige una red social. Menuda farsa.
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