domingo, 20 de septiembre de 2009

Barbas

Las sonrisas y las barbas tienen muchas cosas en común. La mayoría de las veces se complementan, aunque otras veces es como vestirse con una americana de Armani y unos leggings de Ágatha Ruiz de la Prada. Pero sonrisas las hay de todos los tipos. Malvadas, cáusticas, mordaces, inocentes o, simplemente, profidén. Y con las barbas pasa algo parecido, con una excepción: siempre han tenido una connotación negativa. Lo que hasta hace poco era un símbolo de rebeldía revolucionaria en las montañas de la Sierra Maestra, de piratas sanguinarios, comunistas atrapados en el mayo del 68, de titiriteros del cine español o perroflautas, hoy en día está al alza. Hasta Don Juan Carlos I o el Príncipe de Asturias la lucen. Dicen los expertos que la crisis tiene que ver con esta moda de dejarse barba. Igual que desciende el número de separaciones y divorcios en los últimos meses, la perilla bien poblada de pelo es la señal que nuestro cuerpo emite para mostrar la angustia vital ante la crisis económica. Siempre hay teóricos para todo, así que a ver cómo explican que Ulises también tuviera barba mucho antes de que el ladrillo hiciera boom y la quiebra de Lehman Brothers pusiera al mundo al borde del infarto. El legendario Ulises, al que siempre imagino con barba en su larga odisea, se ató al mástil de un barco mientras navegaba por las mediterráneas islas Eólicas para protegerse de los embaucadores cantos de sirena, sinónimo inevitable de perdición que hoy encarnan esos llamados activos tóxicos de Lehman Brothers y los especuladores inmobiliarios. Seguro que Ulises no sonreía ante la tentación. No obstante, también hay gente que no borra la sonrisa de su rostro cuando en realidad te la está metiendo doblada. No sé si Evo Morales, presidente de Bolivia, es de esos, pero me da que es de sonrisa fácil. Tras una cena de postín en el Palacio Real al dirigente boliviano no se le ocurrió otra cosa que mostrar su sorpresa por haber sido agasajado por los Reyes de España en el Palacio Real, “el centro en donde se tomaban las decisiones políticas para la invasión”. Supongo que ver a un rey humano estimuló su imaginación revolucionaria hasta oír los cantos de sirena, pero intuyo que en el rostro con barba del monarca, como Ulises en las Eólicas, no se dibujó la mínima sonrisa.

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