viernes, 19 de junio de 2009

Bestseller

El periodista idealista y ético al que Stieg Larsson llama Mikael Blomkvist, protagonista de ese fenómeno literario llamado Millennium, representa lo que todos –o casi– hemos querido ser en algún momento de nuestra vida. Stieg Larsson amaba el café y aborrecía de verdad las injusticias. Lo primero no tiene mérito, pero lo segundo es algo difícil en estos tiempos de voluntarismo de bolsillo y de referentes mediáticos que construyen sus fortunas de cimientos de cristal criticando a todo lo que se menea. Y es que Mikael Blomkvist, el otro yo de Stieg Larsson representa esas vidas invisibles que un día te despiertan la conciencia hasta el punto que uno se plantea si sería capaz de imitarle. Lo malo es que no existe más que en papel. Es algo así como los personajes del Nobel egipcio Naguib Mahfuz que pululan por el Café Fishawy, también conocido como el Café de los Espejos de El Cairo, en el que los turistas fuman en cachimbas y beben té . O ese mítico Floridita de La Habana, cuartel general en el que Ernest Hemmingway se ponía tibio de mojitos. O sin irnos tan lejos, el madrileño Café Gijón, donde las musas también acompañaron, no siempre con fortuna, a escritores. Desde Camilo José Cela, sentado sobre su real soberbia, a Vicente Aleixandre o Arturo Pérez-Reverte, que removiendo el café seguro que más de una vez alimentó las desventuras del capitán Alatristre, símbolo de esa España especialista en perder oportunidades. Pero leer está tan de moda como el café, que nunca ha dejado de estarlo. El fenómeno literario que pone fin a la intriga de Millennium, que lleva el sugerente título de La reina en el palacio de las corrientes de aire, demuestra que en España se lee más de lo que se dice. El jueves muchos afortunados adquirieron el libro con ganas de leerlo tan compulsivamente como Larsson lo escribió con elevadas dosis de café y tabaco a costa de su vida. Seguro que alrededor de cualquier mesa del Café Gijón, en tertulias de escritores noveles no faltó quien con desdén y envidia utilizó el término bestseller para denostar a Larsson. Pero igual que centenares de niños anhelaban el último título de JK Rowling, el ejemplo de Larsson, Falcones y tantos otros, demuestra que aún hay mucho que escribir y leer.

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