domingo, 21 de diciembre de 2008

Elefante

Una niña miraba extasiada e ilusionada un Belén, con todas su figuritas y el humilde pesebre como centro de todo, hasta que un detalle le llamó la atención. El rey Baltasar llegaba hasta el pesebre de Belén subido en un elefante en lugar del tradicional camello, ése al que año tras año dejamos agua y pan duro tras su largo viaje desde Oriente cargado de regalos.
-¡Mamá! ¿Por qué nosotros no tenemos un elefante en el Belén de casa? -preguntó inquieta la niña mientras la madre trataba de buscar la mejor respuesta para salir airosa de la duda que la había planteado la pequeña.
-No sé, hija. Ten en cuenta que atraviesa un desierto y que los camellos pueden estar muchos días sin beber y para un elefante sería imposible -­contestó la mamá.
Tal vez ese elefante, poco o nada tenga que ver con el paquidermo que protagoniza la última novela de José Saramago, salvo en su peso y su andar pausado. No es la primera vez que el Nobel portugués, siempre lúcido y eterno luchador contra las injusticias, viene a esta columna. En este caso, su última novela tiene que ver con la inocente pregunta de esa niña. El viaje del elefante es el título de la novela del escritor y en ella relata la aventura de un paquidermo que viajó en el siglo XVI de Lisboa a Viena, fruto de un regalo entre reyes. Cuando se murió al año de llegar a Viena, después de ser aplaudido y ser admirado por los vecinos de decenas de pueblos y ciudades por donde pasó, le cortaron las patas delanteras para hacer con ellas unos recipientes de bastones. Triste final para una gesta épica de un animal que representa la metáfora humana de la vida, con su crueldad y esplendor. Desde que empezamos a tener uso de razón soñamos que tenemos libre albedrío, pero no es así. Igual que al elefante, admirado por todo el mundo, nos pasa a nosotros, que a la vuelta de la esquina nos espera el destino y… ¡zas, te la da! Por eso, este año yo también pongo un elefante en el Nacimiento de mi casa y mi duda es si sentaré sobre él a Melchor, Gaspar o Baltasar. Lo que tengo claro, como Saramago, es que siempre se llega a donde te están esperando. Feliz Navidad.

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