sábado, 7 de septiembre de 2013

Camisetas ‘viejunas’, camisetas de oro




Foto: www.realmadrid.com


Dicen que el oro es un valor seguro. No lo dudo. En tiempos de turbulencias, como los que vivimos, basta con darse una vuelta por cualquier barrio para ver cómo proliferan los ‘compro-oro’. Sin embargo, el oro no es el valor de referencia en el mundo del fútbol aunque el precio que se paga por algunos jugadores equivalga a varios lingotes de ese preciado metal. En la galaxia del balompié, tan desorbitante como apasionante, el valor de los clubes no se mide en oro, sino en camisetas. Desde hace años una de las mejores referencias para valorar el éxito de un club son los ingresos que genera la venta de camisetas oficiales con el nombre del astro de turno serigrafiado a la espalda. Así, las dos vedettes superpoderosas de la liga española –Real Madrid y Barça– están a años luz del resto de clubes y pugnan por los grandes jugadores al precio que sea.

Esta misma semana el equipo de Florentino Pérez hacía oficial el fichaje del galés Gareth Bale por 91 millones de euros. Era la respuesta en los despachos a su máximo rival, el Barcelona, que fichó al brasileño Neymar, un jugador que a día de hoy con 21 años es una máquina de hacer dinero como reclamo publicitario.

La estimación oficial del Real Madrid, según leo en la prensa deportiva, es que Bale venderá 40.000 camisetas por temporada. Eso supone más de medio millón de euros en beneficios al club. Si cada camiseta que lucirán sus followers cuesta 90 euros, hagan ustedes mismos el cálculo… En el caso de Neymar, que costó 57 millones de euros al Barça, su imagen es un reclamo publicitario que sólo en 2012, antes de enfundarse la camiseta blaugrana y besar el escudo culé, llevó a su particular empresa a ingresar 22,5 millones de euros.  

Con estas mareantes cifras sobre la mesa es lógico, y hasta necesario, que nos preguntemos si es oportuno pagar esas millonadas por jugadores de fútbol. El mercado es libre, a fin de cuentas, y tiene sus propias reglas. Comparto con muchos que es una barbaridad y algo obsceno soltar esas cantidades por tipos que pegan patadas a un balón y que en la mayoría de los casos generan más emoción que títulos. Sin embargo, el deporte profesional no es sólo espectáculo, sino una industria más sobre la que giran intereses creados y que genera pingües beneficios, en especial a los más poderosos. Pero a diferencia de otras actividades empresariales, el deporte profesional tiene sentimientos, que comparten miles de aficionados hacia los colores de su equipo. Por eso detrás de cada camiseta que se vende en cualquier lugar también hay una ilusión, la de todos y cada uno de aquellos que se enfundan la de su ídolo…

En su momento también me puse camisetas, en concreto de baloncesto, deporte que practiqué durante años y con el que comparto fidelidad mutua. No había mucha variedad ni diseños modernos, pero eran camisetas de tirantes que servían para identificar a los equipos. Teníamos sólo una para toda la temporada y el problema venía cuando jugábamos con rivales que usaban elásticas del mismo color. Normalmente el equipo visitante le daba la vuelta a la suya o si se le había ocurrido meter en la bolsa otra camiseta de su padre o de su madre se la ponía para jugar con el beneplácito del árbitro. Con esparadrapo o lo que fuera nos pegábamos los números… y a jugar. En aquellos maravillosos años nunca imaginé que una camiseta iba a tener tanto valor en el mundo actual, el del deporte profesional, ni que llegarían a alimentar las arcas de los clubes como productos oficiales con fichajes millonarios. Dichosa inocencia infantil…

Durante  casi toda mi etapa escolar (desde 5º de EGB) jugué al baloncesto en los equipos del colegio y pasé por distintas categorías. Sin embargo, no conservo ninguna camiseta de aquella etapa. Ahora solo me queda recordar aquellas viejunas camisetas de tirantes con los números casi borrados e incluso descosidos (según el modelo, claro…) que sudé en tantos patios de colegio de Madrid y de otros sitios. Las camisetas nos las entregaban con acuse de recibo al principio de cada temporada. Una vez acabada la temporada, tras numerosas visitas a la lavadora, las devolvíamos para que el año siguiente las usaran otros. Cada año por estas mismas fechas deseaba que llegara el día en el que nos entregaban las camisetas usadas por los mayores para arrancar otra temporada. Hoy recuerdo esa especial ilusión que sentía al ponérmela. Y esa ilusión sí que tenía más valor que el oro.

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