Foto: www.realmadrid.com |
Dicen que el oro es un valor
seguro. No lo dudo. En tiempos de turbulencias, como los que vivimos, basta con
darse una vuelta por cualquier barrio para ver cómo proliferan los
‘compro-oro’. Sin embargo, el oro no es el valor de referencia en el mundo del
fútbol aunque el precio que se paga por algunos jugadores equivalga a varios
lingotes de ese preciado metal. En la galaxia del balompié, tan desorbitante
como apasionante, el valor de los clubes no se mide en oro, sino en camisetas. Desde
hace años una de las mejores referencias para valorar el éxito de un club son
los ingresos que genera la venta de camisetas oficiales con el nombre del astro
de turno serigrafiado a la espalda. Así, las dos vedettes superpoderosas de la liga española –Real Madrid y Barça–
están a años luz del resto de clubes y pugnan por los grandes jugadores al precio que sea.
Esta misma semana el equipo de Florentino Pérez hacía oficial el
fichaje del galés Gareth Bale por 91
millones de euros. Era la respuesta en los despachos a su máximo rival, el Barcelona,
que fichó al brasileño Neymar, un
jugador que a día de hoy con 21 años es una máquina de hacer dinero como
reclamo publicitario.
La estimación oficial del
Real Madrid, según leo en la prensa deportiva, es que Bale venderá
40.000 camisetas por temporada. Eso supone más de medio millón de euros en
beneficios al club. Si cada camiseta que lucirán sus followers cuesta 90 euros, hagan ustedes mismos el cálculo… En el
caso de Neymar, que costó 57
millones de euros al Barça, su imagen es un reclamo publicitario que sólo en
2012, antes de enfundarse la camiseta blaugrana y besar el escudo culé, llevó a
su particular empresa a ingresar 22,5 millones de euros.
Con estas mareantes cifras
sobre la mesa es lógico, y hasta necesario, que nos preguntemos si es oportuno
pagar esas millonadas por jugadores de fútbol. El mercado es libre, a fin de
cuentas, y tiene sus propias reglas. Comparto con muchos que es una barbaridad y
algo obsceno soltar esas cantidades por tipos que pegan patadas a un balón y
que en la mayoría de los casos generan más emoción que títulos. Sin embargo, el
deporte profesional no es sólo espectáculo, sino una industria más sobre la que
giran intereses creados y que genera pingües beneficios, en especial a los más
poderosos. Pero a diferencia de otras actividades empresariales, el deporte
profesional tiene sentimientos, que comparten miles de aficionados hacia los
colores de su equipo. Por eso detrás de cada camiseta que se vende en cualquier
lugar también hay una ilusión, la de todos y cada uno de aquellos que se
enfundan la de su ídolo…
En su momento también me
puse camisetas, en concreto de baloncesto, deporte que practiqué durante años y con el que comparto fidelidad mutua. No había mucha variedad ni diseños modernos, pero eran
camisetas de tirantes que servían para identificar a los equipos. Teníamos sólo
una para toda la temporada y el problema venía cuando jugábamos con rivales que
usaban elásticas del mismo color. Normalmente el equipo visitante le daba la
vuelta a la suya o si se le había ocurrido meter en la bolsa otra camiseta de su
padre o de su madre se la ponía para jugar con el beneplácito del árbitro. Con esparadrapo
o lo que fuera nos pegábamos los números… y a jugar. En aquellos maravillosos
años nunca imaginé que una camiseta iba a tener tanto valor en el mundo actual,
el del deporte profesional, ni que llegarían a alimentar las arcas de los
clubes como productos oficiales con fichajes millonarios. Dichosa inocencia
infantil…
Durante casi toda mi etapa escolar (desde
5º de EGB) jugué al baloncesto en los equipos del colegio y pasé por distintas
categorías. Sin embargo, no conservo ninguna camiseta de aquella etapa. Ahora solo me queda recordar aquellas
viejunas camisetas de tirantes con
los números casi borrados e incluso descosidos (según el modelo, claro…) que sudé
en tantos patios de colegio de Madrid y de otros sitios. Las camisetas nos las entregaban
con acuse de recibo al principio de cada temporada. Una vez acabada la
temporada, tras numerosas visitas a la lavadora, las devolvíamos para que el
año siguiente las usaran otros. Cada año por estas mismas fechas deseaba que
llegara el día en el que nos entregaban las camisetas usadas por los mayores para
arrancar otra temporada. Hoy recuerdo esa especial ilusión que sentía al
ponérmela. Y esa ilusión sí que tenía más valor que el oro.
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