Foto: www.juntadeandalucia.es |
Hace tiempo que la opinión pública ya no guarda en el
trastero el conformismo. Las redes sociales y la capacidad de interactuar, más
allá de una carta al director o una pataleta, propicia que la sociedad reclame
más a la clase política. Una de esas exigencias que los ciudadanos demandan es algo
tan sencillo como que los políticos cumplan con sus compromisos. Aunque a la
hora de la verdad es casi una misión imposible.
La cuestión es que los partidos concurren a las elecciones
con programas electorales que se cumplen o no. Y no pasa nada. Si no se cumple
se fabrica una excusa políticamente correcta. Y exactamente igual sucede con
primeros espadas de la política que ocupan puestos de relevancia. Cuando les
interesa se les olvida que han sido
elegidos por los votantes. Nos hemos acostumbrado a que algunos importantes
mandatarios abandonen sus cargos cuando se les antoja pese a que durante las
campañas electorales pidan el voto con una frase tan tópica como “el mío es un
compromiso con los ciudadanos”. Y no pasa nada. Si es oportuno, sin cortarse lo
más mínimo, se incumple el compromiso de permanencia que firmaron con los
votantes. Vale cualquier excusa para cambiar de aires, aunque con las espaldas
cubiertas. No albergo duda alguna de que es legítimo, pero de cara a la opinión
pública si hay algo que reprochar es el ventajismo político que se aplica en
función del viento que sopla.
Los lugares comunes pueblan los discursos y las
intervenciones de la mayoría de los representantes de la voluntad popular. Es
curioso comprobar cómo se hacen maravillosas declaraciones de intenciones que
luego se quedan en agua de borrajas. Claro que los políticos tienen la
oportunidad de tirar de ese ventajismo político a las primeras de cambio para
actuar siempre en función de sus intereses.
Esta reflexión viene a cuento del discurso de investidura de
Susana Díaz como presidenta de la Junta de Andalucía. José Antonio Griñán es el último de la
lista de políticos de alto vuelo que abandonan su cargo antes de acabar el
partido. Media legislatura y se va, no sin antes preparar el camino de la
sucesión y garantizarse un puesto de senador. Y reitero que es legítimo
abandonar un alto cargo político. Siempre puede encontrarse una razón para
tirar la toalla aunque es criticable que se olvide con tanta ligereza ese
contrato que firmaron con los ciudadanos al pedirle el voto para ser presidente
de su Comunidad.
Foto: www.juntadeandalucía.es |
El nombre de Griñán,
que en su momento sustituyó a Manuel
Chaves, es el último que une al de otros ilustres escapados recientes de la
política española como Alberto Ruiz
Gallardón, que dejó la Alcaldía
de Madrid para ser ministro, o Esperanza
Aguirre, que cedió la presidencia de la Comunidad de Madrid a Ignacio González para dejar la primera
línea de la política (¿alguien duda de que ha abandonado la política la
lideresa del PP de Madrid). Ambos tenían motivos y el viento sopló a su favor…
Claro que a la hora de irse del cargo lo que vale para unos,
también vale para otros. Cuestión de conveniencia para el partido o para uno
mismo. Y este criterio convendría aplicarlo tanto a las críticas como a las
alabanzas. Claro que todo depende del color político de turno. Y ahí es donde
se plantea esta cuestión: ¿Por qué el PSOE critica en Madrid que Ignacio González sea el presidente de la Comunidad y en Andalucía
le pone la alfombra roja oficialista a Susana
Díaz para que suceda a Griñán?
Por cierto, el PSOE gobierna en Andalucía gracias al apoyo de IU porque fue el
PP el partido más votado en las elecciones autonómicas…
La pregunta podría responderse con un cansino “y tú más”,
propio de ese patio de colegio al que nos tiene acostumbrado la clase política
española. Pero no es suficiente para una sociedad que exige algo más a la
democracia y a los políticos que el simple hecho de ir a votar cada cuatro
años. Griñán cede el testigo de
Andalucía entre medias verdades y medias mentiras, todo a cuenta del escándalo
del caso de los ERE falsos, con más
de cien imputados por la jueza instructora. Su huida de la Junta de Andalucía, razones
personales aparte, tiene mucho que ver con ese bochornoso caso que está en fase
de instrucción judicial. Y su sucesora natural, Susana Díaz, no tiene fácil escapar de esa sombra pese a que se
empeñe en representar un “nuevo tiempo”.
A nadie sorprende que en su discurso de investidura diga que se “avergüenza de la corrupción” o que cuando se reúna con Rajoy pedirá “un pacto para la regeneración política de España”. Nada nuevo. La declaración de intenciones de Susana Díaz para combatir la corrupción es tan loable como previsible, aunque en su discurso curiosamente no se refirió en concreto a los ERE falsos (ni al caso Bárcenas). Un relevo generacional en la Junta de Andalucía, plagado de lugares comunes, no parece suficiente aval para olvidar la salida “generosa” de Griñán, entre otras cosas porque el PSOE andaluz vive su particular catarsis por el caso de los ERE.
A nadie sorprende que en su discurso de investidura diga que se “avergüenza de la corrupción” o que cuando se reúna con Rajoy pedirá “un pacto para la regeneración política de España”. Nada nuevo. La declaración de intenciones de Susana Díaz para combatir la corrupción es tan loable como previsible, aunque en su discurso curiosamente no se refirió en concreto a los ERE falsos (ni al caso Bárcenas). Un relevo generacional en la Junta de Andalucía, plagado de lugares comunes, no parece suficiente aval para olvidar la salida “generosa” de Griñán, entre otras cosas porque el PSOE andaluz vive su particular catarsis por el caso de los ERE.
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