martes, 5 de agosto de 2008

Reunión para reunirse

El municipio madrileño de Villalbilla se ha instalado en las altas esferas de la discusión política gracias a una de las conductas más reprobables de los representantes del pueblo: el transfuguismo. Los poco más de ocho mil habitantes de Villalbilla están ya familiarizados con una palabra, transfuguismo, que casi se atasca al pronunciarla. Puede que el experimento de Villalbilla, que para muchos era un pacto contranatura, tuviera razón de ser en un municipio de estas características si hubiera contado con el visto buenos de los dos aparatos regionales, no sólo de uno, pero el desprecio al Pacto y los sueldos desmesurados de sus protagonistas lo ponen en la picota. Tal vez no haya mayor ejemplo de democracia que un acuerdo entre PP y PSOE para gobernar en pequeños municipios, donde los vecinos se topan con su alcalde y los concejales en plena calle; donde los salones de plenos deben dedicarse a solucionar problemas cercanos como fijar las tasas municipales o el arreglo de la depuradora, pero no a debatir sobre el escudo antimisiles o jugar a diputados de la Carrera de San Jerónimo. El municipalismo es otra cosa. Todo hay que hacerlo respetando las reglas del juego, la disciplina de partido, la opinión de los votantes, que son los que depositan su confianza en los políticos, y las instituciones. En Villalbilla, los políticos que permiten este acuerdo han mirado más hacia sí mismos que hacia sus votantes y un año después de las elecciones nada ha cambiado. Si un dictamen de la Comisión de Seguimiento del Pacto Antitransfuguismo no se aplica de manera inmediata sólo cabe preguntarse si estas reuniones, en las que las formas superan al fondo, sirven para algo. Y es que lo que está en juego es la credibilidad política. Nada más y nada menos.

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