martes, 24 de marzo de 2015

Eclipse cervantino

Placa en memoria de Cervantes en el Convento de las Trinitarias

Nunca puse en duda que los restos de Miguel de Cervantes estuvieran en el convento de las Trinitarias, aunque siempre me pregunté la razón por la cual no se le daba más cancha a un sitio así. Ni siquiera se había intentado demostrar científicamente que entre esos huesos estaban las evidencias de la batalla de Lepanto en forma de mano izquierda atrofiada. Lo que en otros países ya se habría hecho hace tiempo, aquí ni se planteaba. Al menos, esos sucedía hasta hace poco. Hace una semana me levanté convencido de que el denominado Proyecto Cervantes iba a acabar con esa incertidumbre, anunciando a bombo y platillo que habían encontrado los restos del insigne escritor. Pero no fue así, o tal vez si… "Hay muchas coincidencias, y ninguna discrepancia”, explicaba Francisco Etxeberria, uno de los antropólogos más prestigiosos del mundo. Poca cosa para tanta expectación, y mucho menos de lo esperado después de que algunos medios digitales llegaran a publicar antes de esa extraña rueda de prensa, en la que el equipo de investigación hizo públicas sus conclusiones, que se habían encontrado los restos de Cervantes.

No deja de ser rocambolesco que una filtración ensombrezca un arduo trabajo de investigación. Ignoro a qué intereses respondía esta filtración, si su origen está en el propio equipo de investigación o en las ansias en convertir las Trinitarias en centro de turismo fúnebre como sucede con Shakespeare y Stratford-upon-Avon. Pero mientras en la rueda de prensa se hablaba de cosas tales como reducción de huesos en el suelo de la cripta de un grupo de quince personas y de expresiones enrevesadas, nadie dijo lo que se quería o, al menos, lo que esperaba.

Parece mentira que del padre de las letras españolas, el autor del célebre Quijote y que da nombre al premio literario más importante en español sólo exista una conclusión así sobre el lugar en el que reposan sus restos: los hechos históricos conocidos coinciden con los hallazgos antropológicos y arqueológicos. Miguel de Cervantes se merecía algo más. El Proyecto Cervantes es el único que ha tratado de poner luz en un asunto que debería ser una prioridad para las autoridades culturales españolas.


Mientras tanto, en las Trinitarias vuelve a lucir el sol, cuando las nubes no lo impiden, y el manco de Lepanto sigue descansando allí, como lo hace desde hace 400 años, pero sin que el ADN lo demuestre. Su tranquilidad sólo se ve interrumpida, por lo visto, por un eclipse cervantino.

martes, 10 de marzo de 2015

Sobre indignación, democracia y juguetes

Los niños no aman a sus juguetes.
Recuérdenlo en el camión de la basura”. Toy Story


Una de las lecciones de vida que se aprenden antes o después es que uno se desprende de las cosas pensando en que va a ser más feliz. Ese sentimiento lo refleja a la perfección Toy Story, que pese a lo que pueda parecer es una genial película de animación para adultos que pueden ver los niños. De sus hilarantes escenas, agudos diálogos y peripecias de sus estrambóticos protagonistas –entrañables juguetes que cobran vida- se pueden extraer numerosas conclusiones. Y una de ellas es precisamente ésa, que un día uno decide tirar a la basura o regalar las cosas que te han hecho feliz para sustituirlas por otras que crees que te van a proporcionar la misma alegría. Lo que ocurre es que no siempre es así.

Woody, dentro de la incineradora

Con la política española y el momento trepidante que estamos viviendo sucede algo parecido. Algunos tienen la tentación, o incluso la intención, de meter el pasado más reciente en una caja y tirarlo al contenedor para hacer borrón y cuenta nueva. Puede que no nos demos cuenta pero vivimos un periodo apasionante del que no sólo somos testigos, también parte. La Transición la viví siendo un preadolescente, la Guerra Civil me la contaron los mayores de su viva voz y la guerra de la Independencia, el trienio liberal o la Revolución Francesa, como otros tantos episodios históricos, los estudié en los libros.

La irrupción de nuevos partidos por el desgaste de los dos principales partidos que han gobernado en España desde la Transición ni es sólo residual ni testimonial. Por primera vez en más de treinta años el bipartidismo ve peligrar su continuidad. Una crisis económica brutal que deja al descubierto desigualdades impropias de un Estado moderno y que ha descoyuntado a la clase media, un rosario de escándalos y la corrupción de una clase política más pendiente de sí misma que del bien común, el clientelismo y las mamandurrias de turno son algunas de las causas que han resquebrajado un sistema político y, en definitiva, un modelo de convivencia.

Por eso surgen interrogantes sobre el futuro de ese modelo así como opciones que se nutren del desencanto. Igual que tras la crisis nada va a ser como antes, después de las próximas citas electorales el tablero político tampoco lo será. Por eso es el momento de preguntarse si hay que desprenderse de un sistema que nació con la Constitución o corregir errores y mejorarlo. En mi caso, tan indignado como el que más, apuesto por lo segundo porque el sistema democrático que en estos momentos evidencia la necesidad de adaptarse a los tiempos e introducir medidas correctoras, que empiezan por considerar al ciudadano algo más que un sujeto pasivo que vota cada cuatro años, ha proporcionado también cosas buenas. De los barros de los partidos que durante estos años han gobernado vienen estos lodos. Su falta de autocrítica me recuerda a un cura que estuvo vinculado a mi familia que tras una vida en la que sólo bebía vino estiró la pata convencido de que la causa de sus males era el agua, y no la cirrosis galopante que le devoró el hígado.

Fruto de la indignación nacen propuestas como las de Podemos, que aglutina el cabreo generalizado y que en su ideario mezcla a su antojo los ingredientes para darle la vuelta al sistema y ofrecer la receta de un hipotético e idílico mundo mejor. Probablemente su crecimiento y expectativas de voto en las encuestas sean la mejor manera de mejorar la democracia, aunque sea con trato o susto. Por eso se equivocan, y mucho, los que usan la estrategia de ridiculizar y subestimar a Podemos o a otras fuerza emergentes como Ciudadanos.

Pablo Iglesias, durante un mit
Pablo Iglesias, durante la intervención en un mitin


Nunca creí en bálsamos milagrosos, recelo de los charlatanes y no hay día en el que a modo de plegaria eleve la mirada al cielo para criticar con la retranca justa y necesaria la farsa nuestra de cada día. Por eso discrepo del discurso de la formación de Pablo Iglesias. Aunque su música es un canto de sirenas para una sociedad indignada, mucha de la cual está dispuesta a dar su voto a unos para que no gobiernen los de siempre, desconfío de lo que dicen pero más aún de lo que no dicen. Sin entrar en las sombras que suscitan –Venezuela, los suculentos ingresos de Monedero o los trabajos de Errejón en la universidad de Málaga–, en sus palabras predomina la ira y en su puesta en escena sobran arrogancia y soberbia.

Puede que los niños no amen a sus juguetes, que éstos sean flor de un día, que un capricho se borre con otro, pero con el paso de los años reaparecen en la memoria dormida, flashes en forma recuerdos del desvencijado Scalextric, los soldaditos de plástico que compraba en el Puesto Verde, en una esquina de la calle Cartagena, las chapas o las canicas. Ahora sería inútil ir al contenedor o a Valdemingómez a buscarlos.

sábado, 31 de enero de 2015

José Calavera, premio nacional de Ingeniería Civil 2014: "La obra que más me impresiona no es moderna; es la Muralla China"

El secretario de Estado de Planificación e Infraestructuras, Julio Gómez Pomar (i) entrega el premio Nacional de Ingeniería Civil 2014 a José Calavera (d) / Fomento

La vida profesional de algunas personas gira en torno a problemas que para la gran mayoría no tienen solución. Pero cuando se hace de una profesión una pasión, encontrar el quid de la cuestión no es más que una cuestión de tiempo, estudio y trabajo. Una de esas personas es José Calavera Ruiz (Melilla, 1931), un hombre sabio, que además de ser una eminencia en el mundo de la ingeniería, derrocha un humanismo que se multiplica cuando hace gala de su faceta docente. La vocación de ingeniero le llegó pronto cuando era un brillante estudiante y un día descubrió con la orientación de tres profesores, cuyos nombres no ha olvidado, que lo suyo eran las estructuras y el hormigón. Es responsable de proyectos tan complejos como el teleférico de Fuente Dé o la cubierta del antiguo pabellón de deportes del Real Madrid, que en su época marcó un hito. A este experto mundial en estructuras y hormigón, fundador de la empresa Intemac, la ministra de Fomento, Ana Pastor, le sacó de su mundo para comunicarle el Premio Nacional de Ingeniería Civil 2014, que recibió el 29 de enero.

Su curriculum está plagado de reconocimientos fuera de España. ¿Ya puede decir que es profeta en su tierra?
Efectivamente, tengo muchas recompensas internacionales y muchas recompensas españolas. He sido muy afortunado y soy un poco profeta en mi tierra.
Es responsable de proyectos como el teleférico de Fuente Dé (Cantabria) y las cubiertas del mercado de Torrelavega y de la fábrica de Mahou, entre otros. ¿De cuál se siente especialmente orgulloso?
El teleférico de Fuente Dé es mi obra más conocida en España. Es una obra muy complicada en cuanto a cálculo estructural y realizada con medios muy simples, que son los que había en la zona en aquella época. Allí aprendí muchas cosas, una que a la gente le gusta pasar miedo. Las cubiertas espaciales de la antigua Fábrica de Cervezas de Mahou, fueron una iniciación a la cubierta del Pabellón del Real Madrid. Construimos tres cubiertas. La mayor casi igual a la del Real Madrid. Las tres cubiertas del Mercado Nacional de Ganado de Torrelavega fueron las más conocidas en el extranjero porque fueron Premio de la Convención Europea de la Construcción Metálica Sercometal. En todas encontré unos clientes que confiaron en mí, a pesar de hacía pocos años que había terminado la carrera. Y en las tres obras tuve unos encargados excelentes. He tenido mucha suerte con los encargados en casi todas las obras que proyecté. No puedo señalar una preferida porque las tres obras tuvieron sus riesgos y sus satisfacciones.

Cubiertas, teleférico... ¿Le gusta trabajar en las alturas?
Me gustan especialmente las cubiertas de gran luz. En la vida de todo ingeniero las fronteras de las grandes luces empiezan de una manera distinta. En mi caso en una cubierta que tenía 30 metros de luz y que ya he olvidado donde estaba, pero pasé bastante miedo.
Por cierto, el techo del antiguo pabellón del Real Madrid fue uno de sus proyectos más reconocidos.

¿Qué peculiaridad tenía?
La cubierta espacial metálica del pabellón de deportes del Real Madrid medía 50x70 metros y era plana. Como todas las cubiertas espaciales mías, estaban construidas todas de tubo de acero y los nudos eran esferas huecas de acero moldeadas. Fue récord del mundo en su tipo, casi un año y medio. Aunque hoy los récords duran poco... – sonríe-. Algunos socios del Real Madrid corrieron el bulo de que el proyecto de la cubierta lo había traído Raimundo Saporta de Rusia.

¿La ingeniería civil es un constante desafío para encontrar respuesta a lo imposible?
La ingeniería civil existe desde aproximadamente 5.000 años. Las cosas son imposibles… por el momento, pero se encuentra siempre una solución para cada problema. La idea de los grandes canales de Suez y Panamá surgieron siglos antes de su realización pero no estaba disponible la tecnología correspondiente. En cuanto se dispuso de ella, el proyecto y la obra se realizaron inmediatamente.

¿Dónde están los límites?
No existen límites. La historia de los puentes lo demuestra. En el siglo XIX no se concebía que en cien años se alcanzasen luces de puentes quince veces superiores. Debo decir que la obra que más me ha impresionado, no es moderna. Es la Muralla China.

La ingeniería civil española es puntera en el mundo. ¿Por qué?
Efectivamente la ingeniería civil española ocupa un lugar destacado en el mundo. Otros países igualmente ocupan también un lugar destacado. En el caso español es debido a que la Escuela de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos de Madrid, que arrancó muy a principios del siglo XIX, fue muy influida por la Escuela de Ponts et Chaussées de París, que fue fundada a mediados del siglo XVIII. Ambas escuelas estuvieron muy ligadas y estupendamente dirigidas. Había una selección de entrada muy rigurosa y realizada con enorme honradez, sin recomendaciones.

Está muy vinculado a la docencia y a la Universidad, de hecho es catedrático emérito en la Universidad Politécnica de Madrid. ¿Cómo calificaría la formación de los ingenieros de Caminos, Canales y Puentes que salen de las universidades españolas?
Hay que distinguir entre antes y ahora. El antes lo he descrito en la contestación anterior. La situación actual con el Plan Bolonia, anuncia una bajada de la calidad, con unos planes de estudios en Ingeniería Civil disparatados que no serán susceptibles de arreglarse con los Másters. Hemos copiado lo malo de la universidad norteamericana, con lo mucho bueno que encierran esas Universidades. En España esto se agrava con la proliferación de universidades, que continúa activamente. Nuestro país ha descubierto, en vez de las Residencias de Estudiantes, la Universidad a domicilio.

¿Qué le parece que cerca de un 80% de los universitarios hayan pensado en abandonar España para buscar mejor suerte?
Me da mucha pena esta situación. Claro que los que vuelvan, van a producir una extirpación rápida de las malas prácticas de la construcción española.

¿Hay algún proyecto que en la actualidad por su complejidad técnica acapare su atención?
Los puentes del Estrecho de Mesina y del Estrecho de Gibraltar. Hoy son posibles, gracias a que los ingenieros noruegos han desarrollado la tecnología de las Plataformas de Hormigón para la extracción de petróleo, que se fabrican en la costa y se fondean a 20 ó 25 millas de la costa. Esta técnica sirve perfectamente para las pilas de los grandes puentes.

Hablando de proyectos. El Almacén temporal Centralizado de Villar de Cañas (Cuenca) es uno de los más importantes. ¿Cuál cree que es el mayor reto de esta infraestructura?
El mayor reto de cualquier instalación nuclear es la seguridad. Tengo alguna experiencia del tema y ello exige una independencia absoluta entre los propietarios de la Instalación y los encargados del Proyecto, la Construcción y el Control de Calidad.

¿Desde un punto de vista técnico la seguridad del ATC está garantizada?
No conozco el tema. En cualquier clase de ingeniería, la seguridad total no existe. Pero si se ponen los medios que he señalado antes, la probabilidad de fallo es bajísima, del orden de uno en un millón.

domingo, 16 de noviembre de 2014

La farsa nuestra de cada día

'El Capital', película de Costa-Gavras


Hace tiempo que entré en un coma creativo. Suena a excusa. Cierto. Pero un día la pereza de alimentar un blog se me hizo tan cuesta arriba como la que me causa cambiar un enchufe, pese a que en Bricomanía todo sea tan guay. Y ahora, ya metido en faena y con el enchufe como nuevo, el despertar bloguero tiene tanto de hilaridad y asombro como de rabia y frustración. Tras meses de silencio intento hablar, aunque cada día enmudezco más por el escándalo de turno y la ensordecedora melodía de las corruptelas encadenadas.

Ahora que se acaba de celebrar el 25 aniversario de la caída del muro de Berlín experimento una sensación similar a la de la madre del protagonista de ese delicatessen cinematográfico que se titula Goodbye Lenin. Si hubiera que explicar a alguien que acaba de salir de un coma de varios meses lo que sucede en España se quedaría perplejo. Y así me quedo cada mañana entre púnicas, black cards, pujoles, Ere’s falsos, enredaderas, gürteles, monagos, pequeños nicolases, etc. Un festival de la farsa nuestra de cada día, en la que cada escándalo se sirve en bandeja, como en un restaurante de comida rápida y donde paga el tonto.

Portada de 'Paper', con Kim Kardashian


Puede que esta semana uno de los temas de conversación alternativos a tanta corruptela sea el culo de Kim Kardashian, señorita a la que, por cierto, no tengo el gusto de conocer (aclaro que desconozco su vida, obra y milagros). Es un símbolo del exceso, y como tal ha dado mucho de qué hablar en animadas tertulias con la ayuda de unas redes sociales que han magnificado su trasero hasta extremos insospechables. Pero les voy a decir una cosa. Es otra farsa. La polémica sobre el provocador culo de esta Kardashian es una mentira piadosa en tiempos de daños colaterales, aunque al menos no tiene coste para el erario público. Ahora, el trasero es otra farsa. Superficial y que no pone de mala leche, pero farsa al fin y al cabo.

Cansado de tanto farsante y de tal mediocridad sólo cabe esperar que, al menos, también sea falsa la leyenda urbana del cura de una parroquia gallega que puso patas arriba las creencias que durante siglos atesoran desde el Vaticano los guardianes de la fe. Me contaba un colega más dado a creer para ver que a ver para creer que este párroco, enfermo terminal, en su última homilía reveló a sus feligreses que les había engañado durante años y que todo era una gran mentira. En medio de un monumental escándalo en la pequeña iglesia salió de ella gritando: ¡Dios no existe!

¡Qué quieren que les diga! En lugar de ese final hubiera preferido otro para una leyenda urbana que, por otra parte, tiene suficiente enjundia como para ser divulgada por los trovadores más hipsters del Twitter. Por ejemplo. Si tuviera que escribir el final me decantaría porque el susodicho párroco terminal habría elegido un gran reserva para celebrar la última eucaristía, en lugar del vino peleón de siempre. Un vino con alma sería una buena manera de iniciar el tránsito hacia la otra vida, no sin antes hacer un brindis por todo lo alto con sus feligreses.

sábado, 16 de agosto de 2014

Medallas, ‘angolazos’ y balones por el aro

Selección española de baloncesto que en los JJOO de Los Ángeles 84 ganó la medalla de plata


La costumbre un tanto dichosa de recordar las efemérides ejercita la memoria hasta extremos insospechados. Claro, que un ejercicio mental de este calibre tiene sus cosas buenas y otras, no tan buenas. El asunto es que hace tres décadas el baloncesto español se doctoró en el mejor lugar del mundo para hacerlo: Estados Unidos. Al fin y al cabo el baloncesto en mayúsculas, el olimpo del deporte de la canasta y El Dorado de cualquier jugador que se precie está en alguna de las franquicias de la NBA. Pues sí. Fue allí, en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles de 1984 donde el equipo español consiguió la medalla de plata ante la selección norteamericana. Tres décadas han pasado desde aquella feliz e inolvidable final por la que muchos trasnochamos debido a la diferencia horaria (recuerdo que la presencié en la cafetería Breogán, en Ribadeo. Unos con cafés, otros con copas). ¡Qué noche la de aquél día!

Para ponernos en situación conviene aclarar que no existía más que una cadena de televisión, que las retransmisiones en directo desde el otro lado del Atlántico tenían su charme particular o que los pantaloncitos que lucían los Corbalán, Epi, Martín, Arcega, Jiménez… eran ridículos hasta decir basta (el paso del tiempo ha sido implacable con esta moda). El baloncesto y sus normas eran distintas.  Por ejemplo, ni siquiera existía la canasta de tres puntos (Matraco Margall se habría salido), había dos tiempos de veinte minutos, se lanzaba el balón al aire para dirimir las luchas (¡¡Por Dios, a qué espera la FIBA para recuperar esta norma!!! ), las posesiones duraban treinta segundos, hablar de rotaciones de jugadores sonaba a chino y, si no recuerdo mal, colgarse del aro se sancionaba con técnica. En cuanto al rival, basta con decir que los USA contaban entre sus filas con un jovencito deslumbrante, un tal Jordan…

Desde hace tres décadas hablar de medalla de plata, Fórum de Inglewood o Michael Jordan son conceptos que forman parte del imaginario colectivo de varias generaciones. Son felices bocados delicatessen para los aficionados al baloncesto. Sin embargo, tras esa medalla que nos abrió la puerta del cielo, con el baloncesto en pleno auge en una sociedad dominada por el omnipresente fútbol, lo que el futuro deparó al equipo nacional fueron sinsabores, decepciones y una la traca final de infausto recuerdo: el archifamoso angolazo en los Juegos Olímpicos de Barcelona 92. Cada vez que España y Angola se enfrentan, como hace unos días en un partido de la Ruta Ñ2014 celebrado en La Coruña, me sube el colesterol al recordar la derrota más dolorosa de un equipo que tocó la gloria en Los Ángeles y que ocho años después se dio un batacazo de no te menees.

Gasol rebotea frente a Angola en el reciente partido de la Ruta Ñ2014
Gasol rebotea frente a Angola en el reciente partido de la Ruta Ñ2014. A.Nevado / FEB

La ley de Murphy…

La digestión del éxito siempre es difícil. Ahí está el valor de las grandes figuras del deporte. Se dice, y es una verdad como un templo, que más difícil que llegar es mantenerse. Eso fue lo que le sucedió a la selección que se colgó la medalla en Los Ángeles y que demostró que se podía ganar a potencias del deporte de la canasta como Yugoslavía (¡¡Qué antológica semifinal en Los Ángeles!!) o Rusia. Durante las competiciones siguientes a este equipo se le encogió el brazo. Es una sensación que conocen muy bien los tenistas. Cuando no se controla el miedo a perder lo único que puede pasar es perder, más por los fallos propios que por los aciertos del rival.  En 1986, en el Mundobasket celebrado en España, la  descafeinada victoria ante la Canadá de Greg Wiltjer nos dejó en quinto lugar, tras caer en cuarto con la selección brasileña liderada por esa máquina llamada Oscar Schmidt. En los Juegos de Seúl 88, los triples de Australia apearon a la selección de Díaz-Miguel en cuartos de final y en el Mundial de Argentina 90 seguimos sin levantar cabeza con un anodino décimo puesto, incapaces de superar la primera fase.

Y con esas malas sensaciones la máxima murphyniana de que cuando algo va mal acaba peor se cumplió en Barcelona 92. Allí comenzó el punto de inflexión del baloncesto español, que en 1999 rebrotó con una generación inimaginable de talento y esfuerzo liderada por Gasol, Navarro, Gabriel, López, etc…


Una entrevista navideña… en noviembre

Y llegados a este punto es el momento de hablar de Antonio Díaz-Miguel, el factotum del deporte de la canasta en España durante décadas. Hasta que Angola, en cuarenta minutos nos sacó los colores como nadie lo había hecho. Nos hicieron añicos. Los angoleños finiquitaron la etapa del seleccionador que renovó y modernizó el baloncesto español. Díaz-Miguel fue probablemente el único español convencido de que algún día la selección podría derrotar a los Estados Unidos, lo que ocurrió en el Mundial de Cali. Esa misma cabezonería, capitalizando en exceso el éxito de Los Ángeles, también le llevó a salir de una manera amarga de la selección. El baloncesto español le debe mucho, pero al final los resultados son los que deciden. El hombre que convenció a los jugadores que ganar a la todopoderosa Estados Unidos era posible fue presa de su protagonismo. Y lo evidente era que desde la plata de Los Ángeles al angolazo la selección dejó de carburar, el balón dejó de entrar por el aro y el ambiente se había enrarecido. Las críticas hacia Díaz-Miguel arreciaban, pero no daba su brazo a torcer y la prensa deportiva se cebó con él. Ni siquiera tras esa bochornosa derrota con Angola se planteó la posibilidad de dimitir. Cuestión de orgullo. Sin embargo, con el paso del tiempo, pese a esas sombras, sigo acordándome de él y de esos jugadores del 84 cada vez que el baloncesto español logra una medalla.




Fue Diaz-Miguel la primera persona que me mostró unas imágenes de la NBA. Acababa de empezar a jugar al minibasket. Un día apareció por el colegio con un proyector y una colección de películas (entonces no había vídeos ni teléfonos móviles ni tablets, como mucho el CineExin, aclaro) . Nunca había visto una imagen en movimiento de la NBA, algo que entonces consideraba más propio de una galaxia muy lejana que de mi vida en el barrio de Prosperidad. Nombraba a los Philadelphia 76ers, Celtics, Lakers... Mostró las primeras imágenes que vi de los jugadores de la NBA on fire (¡ése canastón de Julius Erving volando por debajo del aro!!) También habló de sus famosas reglas de juego (no perder balones, anotar las primeras canastas de cada periodo… bla,bla,bla) y fue la primera vez que oí los nombres de Bobby Knight, John Wooden o Lou Carneseca, mitos entre los mitos de los entrenadores, que como Díaz-Miguel ocupan un lugar destacado en el Hall of Fame.

Por esas cosas de la vida, unos años después tuve la oportunidad de entrevistarle cuando trabajaba en una agencia de noticias. Creo que se había vuelto a casar. Su aire de celebrity y su pasión por la moda le convertían en un personaje popular. La entrevista era para un reportaje navideño (de esos que por si no lo saben se preparan en noviembre), que salió publicado en la revista Lecturas y para el que posó vestido de smokin (lo puso él, nosotros el cava) y su mujer con un vestido de noche. Acompañado por un fotógrafo me presenté en su casa, de claro estilo american way of life, con un árbol navideño, las correspondientes bolas de colores y las guirnaldas. Era noviembre de 1991, faltaban unos meses para el angolazo. La entrevista la solventamos por la vía rápida, con esa serie de preguntas profundas, de esas que se estilan para las revistas del cuore. No tardamos en hablar de baloncesto, que fue la verdadera razón que me llevó hasta allí. Así que la visita se prolongó mucho más de lo previsto. Eludía hablar de las voces críticas que reclamaban un relevo al frente de la selección nacional y confiaba en los JJOO de Barcelona. Su vivienda era la historia viva del baloncesto. Me enseñó apuntes, medallas, fotos, balones y material deportivo con más solera que un gran reserva… casi nada. Siempre recordaré con agrado esa entrevista, que empezó con preguntas chorras sobre sus planes para el Año Nuevo y que acabó con un master personalizado de basket.

‘Arigato’

Los hechos son los que son, y cuanto más se tarda en aceptarlos es peor. La selección no funcionaba y el final fue el más desagrabable posible para alguien que tanto había hecho por el baloncesto español. El primer síntoma de recuperación llegó en 1999, con los juniors de oro. Tuve que esperar muchos años para volver a sentir la misma emoción del verano de 1984. Fue en 2006 cuando en Japón, una generación descarada, talentosa y genial como ninguna volvió a emocionarrme como en 1984. En esa ocasión, la final del Mundial ante Grecia la vi en Ibiza (en la habitación de un hotel). Ese día logré quitarme un enorme peso de encima, el que me perseguía desde el angolazo. Vale, no saquemos las cosas de sitio, pero el baloncesto es un deporte que me apasiona, con el que he mantenido una estrecha y duradera relación de fidelidad. Ese día de septiembre tuve claro que se trataba de una generación única y que durante los años siguientes nos iba a dar muchas alegrías. Ese día recordé que se aprende de los errores. Ese día me reafirmé en la creencia de que el esfuerzo tiene su recompensa y que siempre hay que salir a competir. Y ese día me enseñó que cuando unos amigos dotados con un don especial para meter el balón por el aro, que se reúnen en vacaciones para jugar al baloncesto, “la vida puede ser maravillosa”.   
 
Foto oficial de la selección española 2014. A. Nevado / FEB


P.D. Este equipo luchará dentro de unos días por llegar a lo más alto posible en el Mundial que se celebra en España. Su fin de ciclo está cerca (cuestión de edad), pero disfrutemos con ellos, de su juego, con sus victorias y sus derrotas. Un consejo: relájense y a disfrutar.


sábado, 23 de noviembre de 2013

El autobús de los campeones

Iniesta golpea el balón en la final del Mundial de Sudáfrica


Esta semana me lo han preguntado tres veces. Ha sido en situaciones distintas, en conversaciones intrascendentes y con gente diversa. Me ha sorprendido, lo admito. Por ello, para que no me lo pregunten más voy a hacer de tripas corazón en este blog y confieso que estaba en un autobús. No lo vi en directo, me perdí la cita con la historia del fútbol español.

¿Dónde estabas cuando España ganó el Mundial? Es la cuestión de la semana, la que me ha obligado a hacer un esfuerzo de memoria pero sin tener que recurrir a la ayudita extra de una pastilla de Dememori. Todo venía a cuento del bolo que la selección española de fútbol disputó recientemente en el Soccer City de Johannesburgo, donde el 11 de julio de 2010 ganamos (sí, en plural) el primer Mundial. Nada como una efeméride o la vuelta al lugar de los hechos para poner a prueba la capacidad de la memoria colectiva. Y no se crean que es fácil porque uno preferiría esforzar la memoria para recordar el futuro más que para escudriñar en el pasado. Claro que lo primero es imposible para un ser humano y lo otro es de obligado cumplimiento, siempre y cuando las neuronas estén en su sitio y se posea una capacidad de memoria de nivel medio.

Así que no pude ver más que los primeros minutos del partido frente a Holanda en el televisor. Los himnos, el saque y el primer tanteo entre los equipos. Poco más. Me esperaba el asiento de un bus. Esa noche viajaba en un ALSA de Ribadeo a Madrid, unas diez horas de viaje en travesía nocturna desde el norte de España. Fue curioso este viaje. Ahora es cuando más lamento no haber hecho ninguna foto del interior de ese autobús en el que, cómo no, todos los viajeros teníamos las orejas puestas en Sudáfrica. Dos mujeres que iban sentadas en la parte trasera lucían la camiseta española y la radio nos hacía de las suyas para seguir el partido por las dificultades orográficas, supongo yo.

La cosa es que entre montañas y valles, por la N-640 había momentos en los que sintonizar la radio era una misión imposible. Tras pasar A Pontenova el partido llegaba a su fin. Creo que era la prórroga cuando en medio de las curvas que dibujan esa carretera Iniesta marcó el histórico gol. Poco después finalizaba el partido y en el autobús lo celebramos como si nos conociéramos de toda vida, como si fuerámos de una peña de colegas en un viaje de fin de curso. Pero no nos conocíamos de nada. Y allí estábamos, tan felices.

Unos kilómetros después el autobús llegó a Meira, donde todo el pueblo se había echado a la calle para celebrar el triunfo de España en el Mundial de Sudáfrica. Los pitidos de satisfacción del conductor se mezclaban con los gritos eufóricos de la gente, que coreaba sin cesar las proclamas futboleras (de rimas fáciles pero efectivas) mientras los fuegos artificiales dibujaban figuras en el cielo y los petardos rebasaban los niveles tolerables de ruido. En Lugo la escena, probablemente con más grados de alcohol en el cuerpo de la gente, la escena de felicidad colectiva se repitió. Hasta tal punto que el autobús tardó lo suyo en llegar a la estación de autobuses e incluso tuvo que variar el trayecto. ¿Pero saben qué les digo? A nadie dentro de ese bus le importó un carajo el retraso ni circular por Lugo a velocidad de caracol. En medio del fiestorro en las calles nos sentíamos como campeones. Sólo por una noche, por unas horas, pero campeones al fin y al cabo.

Para una generación como la mía, que creció con héroes solitarios del deporte hechos a sí mismo y con el convencimiento de que un equipo español nunca iba a superar a las grandes potencias esa noche de julio de 2010 fue especial. Una final del Mundial y frente a Holanda. Casi nada. Siempre me atrajo el fútbol holandés en sus selecciones. Será que la primera imagen futbolera que tengo es la de la final del Mundial de Alemania. Tenía ocho años pero todavía recuerdo la impresión que me causaron Holanda y Alemania. Podría recitar los nombres de más de una docena de jugadores de ambos equipos (Cruyff, Neeskens, Jongblond, Maier, Breitner, Muller, Beckenbauer…). Y mira por donde ahora desconozco a muchos de los que lleva Del Bosque… Claro, que los niños ven las cosas de otra manera. Aquello era el fútbol total. Probablemente no existe mejor expresión para calificar la apuesta futbolística de los holandeses, aunque los alemanes fiels a su eterna eficacia se llevaron el título. Reconozco que en aquel 1974 me apenó la derrota de los orange en el estadio olímpico de Munich aunque tuve conciencia por primera vez de haber visto algo grande en la tele.


Mientras iba recostado en el asiento del bus, feliz por el triunfo español y deseando ver el golazo de Iniesta también volví la mirada a mi infancia.  Recordé aquella final del 74 y que con ocho años lo que más ilusión me hacía era bajar al descampado que había al lado de casa a darle unas patadas al balón mientras me imaginaba que era uno de los elegidos que disputaba la final del Munich. La noche del 11 de julio de 2010 volví al descampado. Fue en sueños y recostado en un asiento de autobús. Moló ese viaje.

domingo, 13 de octubre de 2013

El último Lampedusa

José Durao Barroso y Enrico Letta junto a los féretros de la tragedia de Lampedusa
www.goberno.it

La indignidad viaja por el Mediterráneo desde hace tiempo. Esa indignidad parecía clandestina, muchos disimulaban para no verla pero ya es un hiriente secreto a voces. Llega la hora de poner fin a esas tragedias que acaban con la vida de decenas de personas que simplemente buscan una vida mejor. La reciente tragedia de Lampedusa del pasado 3 de octubre, donde más de trescientas personas perdieron la vida al hundirse el barco en el que viajaban, ha servido al menos para despertar las conciencias de una vez. El problema de la emigración ilegal y de las mafias que se enriquecen de aquellos que buscan el sueño europeo necesita una solución de manera inmediata.

La Unión Europea no puede seguir mirando hacia otro lado. Los muertos de Lampedusa, o los que sobreviven a duras penas, son los mismos que llegan a las costas de la isla italiana, Almería, Cádiz o las Islas Canarias. Nos hemos acostumbrado a que las noticias sobre inmigrantes que viajan en pateras o en barcos piratas sean una rutina. Casi ni prestamos atención a esas noticias. Leemos esas historias en los diarios o vemos las imágenes en los telediarios, pero ni nos inmutamos. No nos paramos a pensar en la enorme dimensión que esconde ese viaje hacia el escaparate de la Europa del bienestar y que tantas veces se deja a centenares de viajeros anónimos ahogados en el mar.

Por eso tras la tragedia de Lampedusa algo debe cambiar. La triste imagen de las filas de féretros, más de 200 ataúdes en un hangar, dio la vuelta al mundo. Ha puesto de manifiesto algo que el Papa Francisco ha resumido en tres palabras: “Es una vergüenza”. No ha sido el único. Las caras del presidente de la Unión Europea, José Manuel Durao Barroso, y del primer ministro italiano, Enrico Letta, eran un poema. No es lo mismo vivir una tragedia así desde sus confortables despachos, que ver los cadáveres o comprobar in situ, forzados por la presión de muchos vecinos de Lampedusa, las condiciones de vida en un centro de refugiados con capacidad para 300 personas, pero donde conviven más de 1.000 seres humanos. Ahora toca actuar. No hay excusa.

La necesidad de tomar medias urgentes desde Bruselas se corroboró en menos de una semana desde la tragedia del 3 de octubre. Mientras no se actué de manera efectiva, después de un Lampedusa habrá otro. Y así fue, en esta ocasión en aguas de Malta. El pasado viernes, cincuenta inmigrantes fallecían al hundirse otro barco con 250 personas a bordo. Por eso la Unión Europea tiene que buscar cuanto antes una solución para frenar la inmigración clandestina que está convirtiendo el Mar Mediterráneo en un cementerio.

A finales de mes se celebra una nuevo Consejo Europeo y en el orden del día estará un asunto tan espinoso como la emigración clandestina. Europa tiene la enorme responsabilidad de encontrar una solución que acabe con las mafias que se lucran sin miramientos de seres humanos. No es fácil y como punto de partida la solución pasa por los países de origen de los inmigrantes, donde carecen de las condiciones de vida necesaria para vivir. Por eso el reto para la Unión Europea es de gran envergadura. Lo que parece claro es que España o Italia no pueden abordar en solitario este problema y desde esa burocrática maquinaria europea debe encontrarse una respuesta. La misma Unión Europea que prohíbe los cigarrillos con sabores, los biberones con plástico policarbonato o que sanciona con dureza por no garantizar el bienestar animal durante el transporte jamás puede olvidarse de las personas.


Ese es el reto que tiene por delante el presidente de la Unión Europea, José Manuel Durao Barroso, el que impresionado ante la magnitud de la tragedia de Lampedusa afirmaba en esa isla que  “la Unión Europea no puede mirar hacia otro lado". Ahora tiene la oportunidad de implicar a Europa. Ojalá llegue el día en el que tragedias como la de Lampedusa no se vuelvan a repetir. Ojalá que el medio centenar de fallecidos en aguas de Malta sean los últimos de esa lista negra que lleva el título de La odisea de la inmigración clandestina. Por ahora, nadie puede garantizar que haya más lampedusas, pero confío, espero y deseo en que los que tienen en su mano buscar soluciones no olviden que Lampedusa y la costa española a la que tratan de arribar pateras cargadas de inmigrantes forman parte de Europa.