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La indignidad viaja por el Mediterráneo desde hace
tiempo. Esa indignidad parecía clandestina, muchos disimulaban para no verla pero ya es un hiriente secreto a voces. Llega la hora de poner fin a
esas tragedias que acaban con la vida de decenas de personas que simplemente buscan
una vida mejor. La reciente tragedia de
Lampedusa del pasado 3 de octubre, donde más de trescientas personas perdieron
la vida al hundirse el barco en el que viajaban, ha servido al menos para
despertar las conciencias de una vez. El problema de la emigración ilegal y
de las mafias que se enriquecen de aquellos que buscan el sueño europeo
necesita una solución de manera inmediata.
Por eso tras la tragedia de Lampedusa algo debe cambiar.
La triste imagen de las filas de féretros, más de 200 ataúdes en un hangar, dio
la vuelta al mundo. Ha puesto de manifiesto algo que el Papa Francisco ha
resumido en tres palabras: “Es una vergüenza”. No ha sido el único. Las caras
del presidente de la Unión Europea ,
José Manuel Durao Barroso, y del
primer ministro italiano, Enrico Letta,
eran un poema. No es lo mismo vivir una tragedia así desde sus confortables
despachos, que ver los cadáveres o comprobar in situ, forzados por la presión de muchos vecinos de Lampedusa,
las condiciones de vida en un centro de refugiados con capacidad para 300
personas, pero donde conviven más de 1.000 seres humanos. Ahora toca actuar. No
hay excusa.
La necesidad de tomar medias
urgentes desde Bruselas se corroboró en menos de una semana desde la tragedia
del 3 de octubre. Mientras no se actué de manera efectiva, después de un
Lampedusa habrá otro. Y así fue, en esta ocasión en aguas de Malta. El pasado
viernes, cincuenta inmigrantes fallecían al hundirse otro barco con 250
personas a bordo. Por eso la Unión Europea tiene que buscar cuanto antes una solución
para frenar la inmigración clandestina que está convirtiendo el Mar
Mediterráneo en un cementerio.
A finales de mes se celebra
una nuevo Consejo Europeo y en el orden del día estará un asunto tan espinoso
como la emigración clandestina. Europa tiene la enorme responsabilidad de
encontrar una solución que acabe con las mafias que se lucran sin miramientos
de seres humanos. No es fácil y como punto de partida la solución pasa por los
países de origen de los inmigrantes, donde carecen de las condiciones de vida
necesaria para vivir. Por eso el reto para la Unión Europea es de gran
envergadura. Lo que parece claro es que España o Italia no pueden abordar en
solitario este problema y desde esa burocrática maquinaria europea debe encontrarse
una respuesta. La misma Unión Europea
que prohíbe los cigarrillos con sabores, los biberones con plástico
policarbonato o que sanciona con dureza por no garantizar el bienestar animal
durante el transporte jamás puede olvidarse de las personas.
Ese es el reto que tiene por
delante el presidente de la
Unión Europea , José
Manuel Durao Barroso, el que impresionado ante la magnitud de la tragedia
de Lampedusa afirmaba en esa isla que “la Unión Europea no
puede mirar hacia otro lado". Ahora tiene la oportunidad de implicar a
Europa. Ojalá llegue el día en el que tragedias como la de Lampedusa no se
vuelvan a repetir. Ojalá que el medio centenar de fallecidos en aguas de Malta
sean los últimos de esa lista negra que lleva el título de La odisea de la inmigración clandestina. Por ahora, nadie puede
garantizar que haya más lampedusas, pero confío, espero y deseo en que los que
tienen en su mano buscar soluciones no olviden que Lampedusa y la costa
española a la que tratan de arribar pateras cargadas de inmigrantes forman
parte de Europa.
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