miércoles, 23 de mayo de 2012

Bye, bye Dr. House






Haste el médico más borde la pantalla ha cerrado su consulta. El hospital ficticio que ha estado abierto al público durante ocho temporadas y  en el que House ha mezclado acertados diagnósticos con insolencias por doquier echó el cierre. El Princeton-Plainsboro no es uno de los doce hospitales públicos que ha construido Esperanza Aguirre en la Comunidad de Madrid. Ni se parece al de Torrejón, uno de los más nuevos. Pero la crisis, en forma de desgaste televisivo, también se ha llevado por delante a uno de los médicos más odiados. Es una pena, porque en sus manos crece la esperanza de vida de manera proporcional a su extrema arrogancia. En uno de los últimos capítulos los médicos que trabajan con House trataban a una muñeca de látex de la que un peculiar paciente estaba enamorado. No faltó una exhaustiva exploración corporal mediante un TAC, una intervención quirúrgica ni los puntos de rigor. "¡Eso sí que es despilfarro a tutiplén!", pensé. Y ahora, que veo la que tenemos encima, me percato de lo mucho que echaré de menos no escuchar más el lema de cabecera de House, un axioma sobre la condición humana: “Todo el mundo miente”.

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