Quienes me
conocen sabrán que en la parte más mitómana de mi ser se esconde Michael
Caine. El actor británico es uno de mis grandes ídolos y podría recitar de
carrerilla decenas de películas de este cockney del East End londinense, de
Zulú a El Caballero Oscuro, pasando por Alfie, Educando a Rita, El Cuarto Protocolo,
el agente Harry Palmer o el doctor Larch. Pero si ese mito me ha acompañado al
menos en dos tercios de mi vida ha sido gracias a su voz. Más bien la voz de
otro, en concreto del actor de doblaje Rogelio Hernández. La memoria
fotográfica de los cinéfilos se ha quedado huérfana sin Rogelio, que fue capaz
de llenar de alma la jerga cockney del actor nacido como Maurice
Joseph Micklewhite y que todo el mundo conoce como Michael Caine. Esa voz, en
español, era irónica y mordaz pero con la suficiente personalidad como para
identificarla con Michael Caine en cualquier sitio. Sólo con escucharla, sin estar delante de la tele, sé que
están poniendo una película de versátil y polifacético intérprete londinense.El fallecimiento de Rogelio Hernández pone de relieve el enorme mérito que tienen los actores de doblaje, tan injustamente reconocidos y de los que nadie se acuerda ni cuando salimos del cine o apagamos la tele. Probablemente sin Rogelio
Hernández hoy no tendría un mito, pero gracias a él Caine siempre lo será. Lo mismo les pasará a
los que tengan a Marlon Brando, Paul Newman o Jack Lemon en sus altares
cinematográficos. Desde luego que porque nunca podría imaginar como sonarían en la voz de otro frases
como “Sólo tienes que hacer volar las malditas puertas” (The Italian Job); “Buenas noches príncipes de Maine, reyes de Nueva
Inglaterra (Las normas de la casa de la sidra) o “Cuando pienso en todo lo que
han hecho por mí, y lo poco que he hecho por ellas, creerán que he salido
ganando desde el principio. ¿Pero qué he sacado de todo esto? Algún que otro
chelín” (Alfie).
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