viernes, 21 de agosto de 2009
'Low cost'
Siempre me gustaron los aeropuertos. Recuerdo que cuando era pequeño mis padres nos llevaban muchas veces al aeropuerto de Barajas para ver a los aviones aterrizar y despegar. Supongo que era una manera de entretener a los niños en aquellos años en los que no había Nintendo y en los que deseaba embarcarme con Han Solo en El Halcón Milenario de La Guerra de las Galaxias. A finales de los setenta, era posible pasar la tarde viendo a los aviones con la nariz pegada al cristal de una de las salas centrales del aeropuerto de Barajas. Ahora, es imposible pasar a esa sala si no vas a volar, pero me siguen fascinando los aeropuertos. Al fin y al cabo son sitios en los que nadie –o casi nadie– es de allí. Son lugares en los que la gente va y viene, pero nadie se mira el ombligo para presumir porque sea del Altet, Barajas o El Prat. Los aeródromos son lugares multilingüísticos, donde se puede conocer a gente de todo el mundo mientras tomas un cubata o aguardas el embarque de un vuelo con retraso en una sala de espera. De todo se puede sacar una lectura positiva y los aeropuertos son un buen ejemplo. Los papanatismos que acompañan a esta España de hoy, en la que no hay pueblo o Comunidad Autónoma que presuma de ser la mejor del mundo encuentran en los aeropuertos un agujero negro. Allí, no importa nada, salvo las pantallas y que tu vuelo salga en hora. Son un gran escape en estos tiempos de oro para las absurdas redes sociales de Internet mientras que las propinas en los bares desaparecen y no decimos ni mú al pagar por ponernos gasolina o automontar un mueble. Lo malo es que el low cost deshumaniza los aeropuertos, gracias a esas ofertas de viajes en avión que incluyen pipí de pago, derecho a bocata traído de casa, galope para pillar asiento y aterrizaje en un aeropuerto a doscientos kilómetros de la ciudad más cercana, en el quinto pino, por 15 euracos más tasas, claro. Este verano los programas de televisión que recorren las playas de las costas muestran cómo se la gasta el percal patrio, para disgusto de los ayuntamientos que viven del turismo de sol y playa. Tal vez, el verano que viene esos intrépidos mismos reporteros pongan el foco en los aeropuertos donde también tienen carnaza, con tartera incluida, pá aburrir. Si las próximas vacaciones encuentro en Internet un circuito de viajes low cost por aeropuertos del mundo igual salgo hasta en Callejeros.
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