domingo, 16 de noviembre de 2014

La farsa nuestra de cada día

'El Capital', película de Costa-Gavras


Hace tiempo que entré en un coma creativo. Suena a excusa. Cierto. Pero un día la pereza de alimentar un blog se me hizo tan cuesta arriba como la que me causa cambiar un enchufe, pese a que en Bricomanía todo sea tan guay. Y ahora, ya metido en faena y con el enchufe como nuevo, el despertar bloguero tiene tanto de hilaridad y asombro como de rabia y frustración. Tras meses de silencio intento hablar, aunque cada día enmudezco más por el escándalo de turno y la ensordecedora melodía de las corruptelas encadenadas.

Ahora que se acaba de celebrar el 25 aniversario de la caída del muro de Berlín experimento una sensación similar a la de la madre del protagonista de ese delicatessen cinematográfico que se titula Goodbye Lenin. Si hubiera que explicar a alguien que acaba de salir de un coma de varios meses lo que sucede en España se quedaría perplejo. Y así me quedo cada mañana entre púnicas, black cards, pujoles, Ere’s falsos, enredaderas, gürteles, monagos, pequeños nicolases, etc. Un festival de la farsa nuestra de cada día, en la que cada escándalo se sirve en bandeja, como en un restaurante de comida rápida y donde paga el tonto.

Portada de 'Paper', con Kim Kardashian


Puede que esta semana uno de los temas de conversación alternativos a tanta corruptela sea el culo de Kim Kardashian, señorita a la que, por cierto, no tengo el gusto de conocer (aclaro que desconozco su vida, obra y milagros). Es un símbolo del exceso, y como tal ha dado mucho de qué hablar en animadas tertulias con la ayuda de unas redes sociales que han magnificado su trasero hasta extremos insospechables. Pero les voy a decir una cosa. Es otra farsa. La polémica sobre el provocador culo de esta Kardashian es una mentira piadosa en tiempos de daños colaterales, aunque al menos no tiene coste para el erario público. Ahora, el trasero es otra farsa. Superficial y que no pone de mala leche, pero farsa al fin y al cabo.

Cansado de tanto farsante y de tal mediocridad sólo cabe esperar que, al menos, también sea falsa la leyenda urbana del cura de una parroquia gallega que puso patas arriba las creencias que durante siglos atesoran desde el Vaticano los guardianes de la fe. Me contaba un colega más dado a creer para ver que a ver para creer que este párroco, enfermo terminal, en su última homilía reveló a sus feligreses que les había engañado durante años y que todo era una gran mentira. En medio de un monumental escándalo en la pequeña iglesia salió de ella gritando: ¡Dios no existe!

¡Qué quieren que les diga! En lugar de ese final hubiera preferido otro para una leyenda urbana que, por otra parte, tiene suficiente enjundia como para ser divulgada por los trovadores más hipsters del Twitter. Por ejemplo. Si tuviera que escribir el final me decantaría porque el susodicho párroco terminal habría elegido un gran reserva para celebrar la última eucaristía, en lugar del vino peleón de siempre. Un vino con alma sería una buena manera de iniciar el tránsito hacia la otra vida, no sin antes hacer un brindis por todo lo alto con sus feligreses.