sábado, 16 de agosto de 2014

Medallas, ‘angolazos’ y balones por el aro

Selección española de baloncesto que en los JJOO de Los Ángeles 84 ganó la medalla de plata


La costumbre un tanto dichosa de recordar las efemérides ejercita la memoria hasta extremos insospechados. Claro, que un ejercicio mental de este calibre tiene sus cosas buenas y otras, no tan buenas. El asunto es que hace tres décadas el baloncesto español se doctoró en el mejor lugar del mundo para hacerlo: Estados Unidos. Al fin y al cabo el baloncesto en mayúsculas, el olimpo del deporte de la canasta y El Dorado de cualquier jugador que se precie está en alguna de las franquicias de la NBA. Pues sí. Fue allí, en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles de 1984 donde el equipo español consiguió la medalla de plata ante la selección norteamericana. Tres décadas han pasado desde aquella feliz e inolvidable final por la que muchos trasnochamos debido a la diferencia horaria (recuerdo que la presencié en la cafetería Breogán, en Ribadeo. Unos con cafés, otros con copas). ¡Qué noche la de aquél día!

Para ponernos en situación conviene aclarar que no existía más que una cadena de televisión, que las retransmisiones en directo desde el otro lado del Atlántico tenían su charme particular o que los pantaloncitos que lucían los Corbalán, Epi, Martín, Arcega, Jiménez… eran ridículos hasta decir basta (el paso del tiempo ha sido implacable con esta moda). El baloncesto y sus normas eran distintas.  Por ejemplo, ni siquiera existía la canasta de tres puntos (Matraco Margall se habría salido), había dos tiempos de veinte minutos, se lanzaba el balón al aire para dirimir las luchas (¡¡Por Dios, a qué espera la FIBA para recuperar esta norma!!! ), las posesiones duraban treinta segundos, hablar de rotaciones de jugadores sonaba a chino y, si no recuerdo mal, colgarse del aro se sancionaba con técnica. En cuanto al rival, basta con decir que los USA contaban entre sus filas con un jovencito deslumbrante, un tal Jordan…

Desde hace tres décadas hablar de medalla de plata, Fórum de Inglewood o Michael Jordan son conceptos que forman parte del imaginario colectivo de varias generaciones. Son felices bocados delicatessen para los aficionados al baloncesto. Sin embargo, tras esa medalla que nos abrió la puerta del cielo, con el baloncesto en pleno auge en una sociedad dominada por el omnipresente fútbol, lo que el futuro deparó al equipo nacional fueron sinsabores, decepciones y una la traca final de infausto recuerdo: el archifamoso angolazo en los Juegos Olímpicos de Barcelona 92. Cada vez que España y Angola se enfrentan, como hace unos días en un partido de la Ruta Ñ2014 celebrado en La Coruña, me sube el colesterol al recordar la derrota más dolorosa de un equipo que tocó la gloria en Los Ángeles y que ocho años después se dio un batacazo de no te menees.

Gasol rebotea frente a Angola en el reciente partido de la Ruta Ñ2014
Gasol rebotea frente a Angola en el reciente partido de la Ruta Ñ2014. A.Nevado / FEB

La ley de Murphy…

La digestión del éxito siempre es difícil. Ahí está el valor de las grandes figuras del deporte. Se dice, y es una verdad como un templo, que más difícil que llegar es mantenerse. Eso fue lo que le sucedió a la selección que se colgó la medalla en Los Ángeles y que demostró que se podía ganar a potencias del deporte de la canasta como Yugoslavía (¡¡Qué antológica semifinal en Los Ángeles!!) o Rusia. Durante las competiciones siguientes a este equipo se le encogió el brazo. Es una sensación que conocen muy bien los tenistas. Cuando no se controla el miedo a perder lo único que puede pasar es perder, más por los fallos propios que por los aciertos del rival.  En 1986, en el Mundobasket celebrado en España, la  descafeinada victoria ante la Canadá de Greg Wiltjer nos dejó en quinto lugar, tras caer en cuarto con la selección brasileña liderada por esa máquina llamada Oscar Schmidt. En los Juegos de Seúl 88, los triples de Australia apearon a la selección de Díaz-Miguel en cuartos de final y en el Mundial de Argentina 90 seguimos sin levantar cabeza con un anodino décimo puesto, incapaces de superar la primera fase.

Y con esas malas sensaciones la máxima murphyniana de que cuando algo va mal acaba peor se cumplió en Barcelona 92. Allí comenzó el punto de inflexión del baloncesto español, que en 1999 rebrotó con una generación inimaginable de talento y esfuerzo liderada por Gasol, Navarro, Gabriel, López, etc…


Una entrevista navideña… en noviembre

Y llegados a este punto es el momento de hablar de Antonio Díaz-Miguel, el factotum del deporte de la canasta en España durante décadas. Hasta que Angola, en cuarenta minutos nos sacó los colores como nadie lo había hecho. Nos hicieron añicos. Los angoleños finiquitaron la etapa del seleccionador que renovó y modernizó el baloncesto español. Díaz-Miguel fue probablemente el único español convencido de que algún día la selección podría derrotar a los Estados Unidos, lo que ocurrió en el Mundial de Cali. Esa misma cabezonería, capitalizando en exceso el éxito de Los Ángeles, también le llevó a salir de una manera amarga de la selección. El baloncesto español le debe mucho, pero al final los resultados son los que deciden. El hombre que convenció a los jugadores que ganar a la todopoderosa Estados Unidos era posible fue presa de su protagonismo. Y lo evidente era que desde la plata de Los Ángeles al angolazo la selección dejó de carburar, el balón dejó de entrar por el aro y el ambiente se había enrarecido. Las críticas hacia Díaz-Miguel arreciaban, pero no daba su brazo a torcer y la prensa deportiva se cebó con él. Ni siquiera tras esa bochornosa derrota con Angola se planteó la posibilidad de dimitir. Cuestión de orgullo. Sin embargo, con el paso del tiempo, pese a esas sombras, sigo acordándome de él y de esos jugadores del 84 cada vez que el baloncesto español logra una medalla.




Fue Diaz-Miguel la primera persona que me mostró unas imágenes de la NBA. Acababa de empezar a jugar al minibasket. Un día apareció por el colegio con un proyector y una colección de películas (entonces no había vídeos ni teléfonos móviles ni tablets, como mucho el CineExin, aclaro) . Nunca había visto una imagen en movimiento de la NBA, algo que entonces consideraba más propio de una galaxia muy lejana que de mi vida en el barrio de Prosperidad. Nombraba a los Philadelphia 76ers, Celtics, Lakers... Mostró las primeras imágenes que vi de los jugadores de la NBA on fire (¡ése canastón de Julius Erving volando por debajo del aro!!) También habló de sus famosas reglas de juego (no perder balones, anotar las primeras canastas de cada periodo… bla,bla,bla) y fue la primera vez que oí los nombres de Bobby Knight, John Wooden o Lou Carneseca, mitos entre los mitos de los entrenadores, que como Díaz-Miguel ocupan un lugar destacado en el Hall of Fame.

Por esas cosas de la vida, unos años después tuve la oportunidad de entrevistarle cuando trabajaba en una agencia de noticias. Creo que se había vuelto a casar. Su aire de celebrity y su pasión por la moda le convertían en un personaje popular. La entrevista era para un reportaje navideño (de esos que por si no lo saben se preparan en noviembre), que salió publicado en la revista Lecturas y para el que posó vestido de smokin (lo puso él, nosotros el cava) y su mujer con un vestido de noche. Acompañado por un fotógrafo me presenté en su casa, de claro estilo american way of life, con un árbol navideño, las correspondientes bolas de colores y las guirnaldas. Era noviembre de 1991, faltaban unos meses para el angolazo. La entrevista la solventamos por la vía rápida, con esa serie de preguntas profundas, de esas que se estilan para las revistas del cuore. No tardamos en hablar de baloncesto, que fue la verdadera razón que me llevó hasta allí. Así que la visita se prolongó mucho más de lo previsto. Eludía hablar de las voces críticas que reclamaban un relevo al frente de la selección nacional y confiaba en los JJOO de Barcelona. Su vivienda era la historia viva del baloncesto. Me enseñó apuntes, medallas, fotos, balones y material deportivo con más solera que un gran reserva… casi nada. Siempre recordaré con agrado esa entrevista, que empezó con preguntas chorras sobre sus planes para el Año Nuevo y que acabó con un master personalizado de basket.

‘Arigato’

Los hechos son los que son, y cuanto más se tarda en aceptarlos es peor. La selección no funcionaba y el final fue el más desagrabable posible para alguien que tanto había hecho por el baloncesto español. El primer síntoma de recuperación llegó en 1999, con los juniors de oro. Tuve que esperar muchos años para volver a sentir la misma emoción del verano de 1984. Fue en 2006 cuando en Japón, una generación descarada, talentosa y genial como ninguna volvió a emocionarrme como en 1984. En esa ocasión, la final del Mundial ante Grecia la vi en Ibiza (en la habitación de un hotel). Ese día logré quitarme un enorme peso de encima, el que me perseguía desde el angolazo. Vale, no saquemos las cosas de sitio, pero el baloncesto es un deporte que me apasiona, con el que he mantenido una estrecha y duradera relación de fidelidad. Ese día de septiembre tuve claro que se trataba de una generación única y que durante los años siguientes nos iba a dar muchas alegrías. Ese día recordé que se aprende de los errores. Ese día me reafirmé en la creencia de que el esfuerzo tiene su recompensa y que siempre hay que salir a competir. Y ese día me enseñó que cuando unos amigos dotados con un don especial para meter el balón por el aro, que se reúnen en vacaciones para jugar al baloncesto, “la vida puede ser maravillosa”.   
 
Foto oficial de la selección española 2014. A. Nevado / FEB


P.D. Este equipo luchará dentro de unos días por llegar a lo más alto posible en el Mundial que se celebra en España. Su fin de ciclo está cerca (cuestión de edad), pero disfrutemos con ellos, de su juego, con sus victorias y sus derrotas. Un consejo: relájense y a disfrutar.