La vida es como la mar, o al revés. Hay personas en las que la mar y la vida son la misma cosa. Pasan por la vida gobernando su barco, virando unos grados a babor y otros a estribor, haciendo marcaciones sobre la carta naútica para saber en dónde están y poniendo el oído a cada parte meteorológico para anticiparse a lo que pueda venir. Al fin y al cabo, navegando. Una de esas personas era mi padre, un marino de la vida y de la mar.
Hay cosas que nunca soportó. Le molestaba mucho que llamaran a los marinos "embarcados", lo que le sucedió en varias ocasiones. Sostenía que era despectivo, como si los que se ganan la comida en la mar fueran unos olvidados, gente sin patria y sin familia. Nunca se desprendió de los términos naúticos en su quehacer diario -siempre amarraba a Proa, su fiel amigo, con un ballestrinque- y no había día en que, entre gruñidos, reprobara al que dijera aparcar, en lugar de atracar un barco. Pero, especialmente, si había algo que le sacaba de sus casillas era que el hombre del tiempo dijera que soplaban vientos de componente noreste. "Nordeste, se dice nordeste... será animal!
Las grandes olas, vientos y los temporales son iguales en la mar y en la vida. Temía los huracanes, pero los afrontó cuando tuvo que hacerlo. Siempre con el timón entre sus manos. Sabía que no había que poner rumbo hacia los huracanes pero aceptaba que muchas veces eran inevitables. De la misma manera que tenía asumido que detrás de las miserias de la vida se esconde la condición humana, también tenía claro que en medio de los grandes temporales, si la naturaleza lo quiere, envía a pique a cualquier buque, por grande que sea."No importa la experiencia que tengas, ni siquiera que controles tu miedo o que tengas el mejor barco, contra la fuerza de la naturaleza nada se puede hacer. Es ella la que decide", solía decir.
Pero tras los temporales siempre viene la calma. Esa calma que te permite vislumbrar con placidez la Cruz del Sur o las Tres Marías en el firmamento en las noches de navegación tranquila en el hemisferio Sur o el Norte. Suena a tópico, pero era su contínua recomendación cuando le pedía consejo sobre mis avatares y bajonazos. Él lo sabía muy bien y cuánta razón tenía. Siempre dio la cara ante las incertidumbres y los mazazos de la vida, donde también soplan vientos que alcanzan la fuerza 12 en la escala Beafort. Uno de esos temporales le dejó viudo y con dos hijos de corta edad pero no se amilanó. Tiró de los cabos con más fuerza y el pensamiento siempre puesto en Mila, su estrella Polar.
Tras sus decisiones siempre había una tranquilidad que le permitía dormir a pierna suelta. Le gustaba dormir. No sin cierta nostalgia recordaba el sueño que había pasado a lo largo de su vida, en especial en esas largas noches surcando los océanos, o tras los golpes que le propinó la vida. "Nunca se termina de dormir en un barco, siempre estás alerta, con un ojo abierto y otro cerrado". Esta frase me la dijo muchas veces, frente al "Padre Cantábrico" en San Vicente de la Barquera, donde dio sus primeros pantocazos a bordo de un pequeño pesquero de vapor; o en Ribadeo, donde tanto le gustaba escuchar la señal acústica del faro en los días de niebla o los pitidos de los mercantes que entraban y salían del puerto.
Claro, que también el mar de Madrid, el de la tierra firme, le quitó muchas horas de sueño. Los golpes de la mar son duros, pero los del día a día, lo son aún más. Él lo supo bien. Era un luchador, algo que explotaba en todas sus facetas. Los que jugaron al tenis sabían que no daba una bola por perdida...
Jamás perdió la ironía ni cierta socarronería, que transformada en virtud le permitía decir la mayor burrada del mundo y ser apreciado al mismo tiempo. Desde luego que no dejaba indiferente a nadie. Le gustaba pinchar, muchas veces hasta la impertinencia, con esa sonrisa del niño travieso que fue y que se dibujaba en su cara. Pero siempre iba de frente. Decía lo que quería, cuando y donde se le antojaba. Y lo hizo con el aval que otorga tener un alto sentido de la responsabilidad, la justicia y la generosidad.
Quienes coincidieron con él en algún momento de su singladura por este mundo comprobaron que era fiel a sí mismo, a sus hijos, a su familia... En definitiva, un hombre consecuente que desde el puente de mando, tras cada guardia de mar, me recordaba que no olvidara nunca la fórmula del rumbo verdadero y que navegara siempre avante.
A mi padre
Por Víctor Enríquez
Querido capitán
nuestro capitán
Que te lleven
por buen rumbo
las sirenas
Que te cuiden
con tesón los ángeles
Que después de luchar
en tantas batallas
navegues feliz
por mares de luz y de paz
Querido capitán
nuestro capitán.
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Nos dejas
el sabor a mar
y tu gorra de capitán
Nos dejas
las palabras sagradas
de los hombres nobles y valientes
Nos dejas
un océano de tristeza dentro del corazón.
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Aunque el mundo
continúa revuelto
con su festival interminable
de sucesos y confusiones
ya tú, nuestro capitán
te vas a pescar atunes en el cielo
¿Valió la pena
luchar contra
la ballena blanca?
Tu gorra de audaz marino
se queda quieta y azul
sobre la cubierta
de tu barco.
Madrid, 31 de enero de 2012